viernes, 23 de diciembre de 2011

Un fenicio goza de la Guadalupe telúrica

Guadalupe ciudad, como extensión del monasterio, acoge al peregrino con un manto protector invisible que te hacen sentir en paz con la naturaleza magnífica y con el gentío que te rodea


Un fenicio goza de la Guadalupe natural, histórica, cultural y se acoge al manto de la Virgen, gran matrona de la Hispanidad y que tantos beneficios ha distribuido generosamente por toda América.

Entro en la iglesia catedral, mientras están diciendo misa. Es domingo. Me adhiero al rito con recogimiento mientras mis pies incansables no cesan de guiarme por las galerías, me enfrentan a nuevas capillas.
Estamos contemplando una joya del arte y de la religiosidad más intensas de todo el planeta y sólo dispongo de unas horas. La Virgen no solo me perdona mi pulsión peripatética, uno diría que me incita a moverme para que goce, quizás, de lo que tantos predecesores fueron creando con su fe y su laboriosidad.

-- Ven y cuéntalo Mariano, que viene de María.

Dejaré que las cosas fluyan, que ocurran. Esto pienso mientras guardo cola para ver el Museo, las
pinturas de Goya, Zurbarán, El Greco y muchos otros y pasearme por el claustro mudéjar, tan barroco y tan equilibrado al mismo tiempo (ver fotografías del fenicio enclaustrado).

Mi acompañante me avisa: "Acabo de ver a Pablo Castellanos".
El abogado extremeño y este fenicio compartieron algunas sesiones de cháchara en Ibiza en los años 80, en compañía de Juan Tur Ramis y otros amigos de la época. Intento localizarlo para darnos un apretón de manos, pero ya ha desaparecido, en un ambiente cargado de peregrinos.
Si Pablo me lee, le mando un abrazo fenicio. Otra vez será.

Salgo, salimos, para apreciar el mudéjar, el gótico, el arte renacentista, para oler las calles... con las balconadas cargadas de plantas y flores a rebosar.





Las callejuelas de Guadalupe me recuerdan las de Dalt Vila (Ibiza), Patrimonio universal de la Humanidad. O las de Cáceres, o las de Toledo. Unas calles que caminé, que subí con furia y que bajé con destreza para evitar los resbalones en los cantos rodados muy esmerilados. Era un adolescente con buenas piernas.

Podría vivir en Guadalupe,  con sus hermosos balcones y con sus 2.000 habitantes, pero comprendo que estas urbes cerradas, casi medievales, agobian a mucha gente. Subir y bajar es una de las exigencias magnéticas y neumáticas que al cabo del día se te  requieren al menos dos veces.
O mueres reventado de joven o llegas a los cien años, pues la vida no admite demoras ni rendiciones. Estás o no estás.

Estuve. Me quedé con ganas de quemar más tocino fenicio, pero mi fenicia casi se puso a llorar de cansancio, subidones, bajadas y hambre. Vivir en la Edad media requiere controlar también las indiscreciones del llanto inoportuno, el mismo que invade a los deportistas cuando han hecho un gran esfuerzo o a los premiados que han pasado años de penuria y sufren un atragantamiento de emociones oscuras.
Fui comprensivo muy a mi pesar y fuimos a comer. Más morcilla, una pieza de vacuno excelente y ensalada, mucha ensalada y un buen vino tinto selecto macerado en Extremadura, una tierra noble que exuda historia y calidades.





Una vez que hemos dado cuenta de este excelente yantar y de la dosis correspondiente de buen vino, nos sentamos en la terraza central, donde todo pasa y nada chillón ocurre. Mucha gente viene de paso y marchará con su vehículo dentro de unas horas. Pero es gente civilizada, limpia y previsible, como la hubo hace cuarenta años en Ibiza y en tantas costas de toda España.


Mientras doy cuenta de mi gintonic, aprovecho para leer un poco de historia sobre este faro de luz y de religión que irradió a gran parte de España, pero básicamente hacia el Oeste, hacia América.
El fenicio está muy orgulloso de ser de Ibiza, la Ibiza de antes; y un poco cohibido por la Ibiza de hoy, que me da vergüenza, pero desde la llegada de aquellos fenicios, al menos 800 años antes de que naciera el Nazaremo los pitiusos acumulamos mucho material en densidad humana, artística, patrimonial.

Pero, pero, siempre hay un pero, no somos los únicos. Cuando se contempla la ciudad y el Patrimonio de Guadalupe uno detecta que grandes cosas sucedieron aquí y partiendo desde aquí.
Y seguro que siguen ocurriendo: no estemos ciegos ni perdamos la esperanza.
Dejemos que las cosas ocurran, aun encriptadas por su telurismo profundo, recordando que muchas generaciones nos han precedido levantando estas venerables paredes, los arcos, tallando piedra y sudando vida.
Quizás no debiéramos hacer caso de los malos presagios ni abandonarnos a los augurios saturnales. Sólo con la lucha atenta y con una presencia cotidiana y testaruda saldremos de cualquier tribulación y superaremos los escollos. Seguro.



Guadalupe está en Cáceres,  pero la diócesis depende de Toledo, lo cual duele mucho a los extremeños, como es comprensible. La visité en octubre del 2011. 
Quizá te guste leer un poco sobre su historia en la Wikipedia.
Pero te encantará un video que publiqué en mi blog Extremadura Digital en alta definición
Suerte, amigos y que la Virgen nos ilumine, aunque no creas en la luz.