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jueves, 7 de mayo de 2015

El fenicio revisita Toledo

El fenicio vuelve a Toledo después de 45 años. Foto Vanessa
Sí, unas horas caminando por la Judería de Toledo y recordando la casi olvidada visita de 1971, en tiempos estudiantiles con los compañeros del Instituto Santa María de Ibiza... y sabiendo que Toledo exige al menos una semana para entregarte parte de sus tesoros acumulados a lo largo de los siglos.

La epidermis de la ciudad revela que ha sido pasto de arqueólogos y excavadores de tumbas en las últimas décadas. La fiebre de la remodelación y la búsqueda del pasado ha sido generalizada, como demuestran todas las ciudades Patrimonio de la Humanidad de España y otras urbes asentadas sobre los cimientos de anteriores invasiones.

La ciudad aún respira como pocas a clérigos, militares y estamentos. Ahora una atmósfera muy mitigada por la abrumadoras presencia de museos, iglesias y conventos y por las oleadas de turistas pastoreados por guías nativos entrenados en la propia urbe. Como en todas partes, interpretan las cosas según les conviene. Oigo varias veces lo de "yo soy guía oficial de Toledo". Oficial, ahí es nada. Ni por un momento pueden prescindir de la rimbombante tendencia al oficialismo, al estamento, a las clases. Vaya, por Dios.




                                          El falso mito de las tres culturas

Pero tiene sentido con lo que explican, al menos son coherentes. Ahora pretenden vender Toledo como ciudad romántica para acaparar bodas y bautizos. Sobre todo bodas. Como Mérida se siente

domingo, 11 de agosto de 2013

El malentendido sobre Hannah Arendt (Monika Zgustova, El País)


“El malentendido de Eichamann en Jerusalen” (Roger Berkowitz, The New York Times)
"Hannah Arendt, Manomet, Mass., 1950." 
Courtesy of the Hannah Arendt Trust.
Cuando en 1961 se celebró en Jerusalén el juicio del líder nazi Adolf Eichmann, la revista The New Yorker escogió como enviada especial a Hannah Arendt, una filósofa judía de origen alemán exiliada en Estados Unidos. Arendt, que se había dado a conocer con su libro Los orígenes del totalitarismo, era una de las personas más adecuadas para escribir un reportaje sobre el juicio al miembro de las SS responsable de la solución final. Los artículos que la filósofa redactó acerca del juicio despertaron admiración en algunos (tanto el poeta estadounidense Robert Lowell como el filósofo alemán Karl Jaspers afirmaron que eran una obra maestra), [el poeta Robert Lowell proclamó que el retrato de Eichmann de Arendt era una ‘obra maestra’] mientras que en muchos más provocaron animadversión e ira. Cuando Arendt publicó esos reportajes en forma de libro con el título Eichmann en Jerusalén y lo subtituló Sobre la banalidad del mal, el resentimiento no tardó en desatar una caza de brujas, organizada por varias asociaciones judías estadounidenses e israelíes.
Tres fueron los temas de su ensayo que indignaron a los lectores. El primero, el concepto de la “banalidad del mal”. Mientras que el fiscal en Jerusalén, de acuerdo con la opinión pública, retrató a Eichmann como a un monstruo al servicio de un régimen criminal, como a un hombre que odiaba a los judíos de forma patológica y que fríamente organizó su aniquilación, para Arendt Eichmann no era un demonio, sino un hombre normal con un desarrollado sentido del orden que había hecho suya la ideología nazi, que no se entendía sin el antisemitismo, y, orgulloso, la puso en práctica. Arendt insinuó que Eichmann era un hombre como tantos, un disciplinado, aplicado y ambicioso burócrata: no un Satanás, sino una persona “terriblemente y temiblemente normal”;[expresó su sorpresa de que Eichmann no fuese un monstruo, sino «terrible y terriblemente normal».] un producto de su tiempo y del régimen que le tocó vivir.
Lo que dio aun más motivos de indignación fue la crítica que Arendt dispensó a los líderes de algunas asociaciones judías. Según las investigaciones de la filósofa, habrían