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sábado, 12 de octubre de 2013

Juan Pablo Fusi: «En 1989 se produjo la derrota de la izquierda revolucionaria»

LIBROS

El historiador publica una «Breve historia del mundo contemporáneo» (Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores)

Entrevista de Tulio H. Demicheli, fotografía de Jaime García

 
Juan Pablo Fusi


-Comienza el libro hablando de dos revoluciones, la Americana y la Francesa. La primera, que es una gran desconocida para nosotros, acabó bien; la segunda, que fue tributaria de aquella y es el gran icono histórico europeo, no.
-Es verdad que la interpretación convencional que muchos hacemos de la Historia Contemporánea comienza en 1789 con la Revolución Francesa, dejando fuera a la Revolución Americana que tiene una gran importancia en sí misma, dado que EE.UU. ha terminado por ser el país dominante, sobre todo, desde finales del XIX, y ya claramente, en el siglo XX. En cuanto a las ideas políticas y morales, a la concepción del estado y a la misma idea de «revolución» que defendieron Jefferson, Madison, Hamilton, Adams o Franklin -Washington se pronuncia menos sobre esas materias-, tienen una calidad extraordinaria. Y es verdad que una termina bien, porque los valores políticos sobre los que se sustenta la Revolución Americana (desde la autonomía que ya disfrutaban las colonias, la pluralidad religiosa de los disidentes ingleses que fueron desembarcando allí, más la idea que tenían de la separación de poderes, de la Constitución, de una República moderada, y del orden y el equilibrio de sus

jueves, 20 de junio de 2013

No hay monstruos, sólo predadores hablantes, burócratas del homicidio

Arendt, por Gabriel Albiac

No hay monstruos. Sólo hay hombres que matan, predadores hablantes, dice Freud. Burócratas eficientes del homicidio, anota Hannah Arendt

Hannah ArendtA la espera de la película que le dedicaMargarethe von Trotta –pasado mañana, creo, es el estreno–, tomo de su anaquel los libros de Hannah Arendt. Siempre los he tenido a mano en mi biblioteca. Desde aquel Eichmann en Jerusalén que me marcó siendo muy joven, Arendt ha estado entre mis interlocutores más constantes. Puede que sea porque, igual que le sucediera a ella, me emociona a mí Walter Benjamin más que ningún otro pensador del siglo veinte. Y la historia de Hannah Arendt, buscando en Portbou, años después, la improbable tumba y los perdidos papeles de su amigo suicida, está entre las declaraciones de amistad –esa forma superior del amor– más conmovedoras del atroz siglo que fue el nuestro.
Von Trotta ha tomado como epicentro de su relato la primavera de 1961, durante la cual cubre Hannah Arendt para el New Yorker el juicio en Jerusalén de Adolf  Eichmann. Con una lucidez desgarradora. Con un empecinamiento en la búsqueda de la verdad que la emparenta con aquel otro judío, desarraigado y distante, que apostó toda su vida a la tarea de «no reír, no lamentar, no burlarse ni detestar; entender sólo». Como Baruch de