martes, 20 de agosto de 2013

Polanski, 80 años, la resistencia del superviviente

Polanski, durante una rueda de prensa en Cannes el pasado mes de abril
«Me gustaría ser juzgado por mi trabajo y no por mi vida. Si hay alguna posibilidad de cambiar el destino, sólo puede ser en lo que se refiere a la vida creativa; ciertamente, no puedes cambiar tu vida»
Roman Polanski, nacido Rajmund Roman Liebling en París el 18 de agosto de 1933, se hacía esta reflexión hace no muchos años, cuando aún se encontraba preso en su propia casa, cumpliendo un arresto domiciliario dictado por las autoridades suizas, país donde fue detenido cuando aún estaba en busca y captura por haber abusado de una menor treinta años atrás.
Polémico, sarcástico, egocéntrico y genial, el francés de origen judío y polaco cumple 80 años en plenas facultades, con un último filme esperando su momento para mostrarse en las salas de cine, tras su presentación en el Festival de Cannes de 2013, donde pasó con más pena que gloria.
Sin Palma de Oro y con la polémica desatada por unas declaraciones misóginas efectuadas en la rueda de prensa de presentación de «La Vénus a la fourrure», donde le acompañaba su tercera esposa, Emmanuelle Seigner, protagonista de este filme, Polanski volvía a los titulares otra vez por asuntos ajenos al cine.
«Intentamos igualar los géneros, eso es totalmente idiota», afirmó entonces el realizador y, acto seguido: «Creo que es una pena que ofrecer flores a un mujer se haya convertido en algo indecente».
Polanski respondía a una pregunta sobre cómo veía la evolución de la mujer en los últimos años, dado que su película trata sobre la relación de dominación que se establece entre un hombre y una mujer.
«La píldora (...) ha masculinizado a la mujer, y hay otros elementos que alejan el romance de

domingo, 11 de agosto de 2013

El malentendido sobre Hannah Arendt (Monika Zgustova, El País)


“El malentendido de Eichamann en Jerusalen” (Roger Berkowitz, The New York Times)
"Hannah Arendt, Manomet, Mass., 1950." 
Courtesy of the Hannah Arendt Trust.
Cuando en 1961 se celebró en Jerusalén el juicio del líder nazi Adolf Eichmann, la revista The New Yorker escogió como enviada especial a Hannah Arendt, una filósofa judía de origen alemán exiliada en Estados Unidos. Arendt, que se había dado a conocer con su libro Los orígenes del totalitarismo, era una de las personas más adecuadas para escribir un reportaje sobre el juicio al miembro de las SS responsable de la solución final. Los artículos que la filósofa redactó acerca del juicio despertaron admiración en algunos (tanto el poeta estadounidense Robert Lowell como el filósofo alemán Karl Jaspers afirmaron que eran una obra maestra), [el poeta Robert Lowell proclamó que el retrato de Eichmann de Arendt era una ‘obra maestra’] mientras que en muchos más provocaron animadversión e ira. Cuando Arendt publicó esos reportajes en forma de libro con el título Eichmann en Jerusalén y lo subtituló Sobre la banalidad del mal, el resentimiento no tardó en desatar una caza de brujas, organizada por varias asociaciones judías estadounidenses e israelíes.
Tres fueron los temas de su ensayo que indignaron a los lectores. El primero, el concepto de la “banalidad del mal”. Mientras que el fiscal en Jerusalén, de acuerdo con la opinión pública, retrató a Eichmann como a un monstruo al servicio de un régimen criminal, como a un hombre que odiaba a los judíos de forma patológica y que fríamente organizó su aniquilación, para Arendt Eichmann no era un demonio, sino un hombre normal con un desarrollado sentido del orden que había hecho suya la ideología nazi, que no se entendía sin el antisemitismo, y, orgulloso, la puso en práctica. Arendt insinuó que Eichmann era un hombre como tantos, un disciplinado, aplicado y ambicioso burócrata: no un Satanás, sino una persona “terriblemente y temiblemente normal”;[expresó su sorpresa de que Eichmann no fuese un monstruo, sino «terrible y terriblemente normal».] un producto de su tiempo y del régimen que le tocó vivir.
Lo que dio aun más motivos de indignación fue la crítica que Arendt dispensó a los líderes de algunas asociaciones judías. Según las investigaciones de la filósofa, habrían

martes, 6 de agosto de 2013

EL MAYOR FALSIFICADOR DEL SIGLO XX - Elmyr de Hory: el engaño como una de las bellas artes


El misterio finaliza (o comienza, según se vea) en una casa en el término municipal de San José, en la isla de Ibiza, el 11 de diciembre de 1976. Aquel día, Mark Forgy, acompañante inseparable y heredero del falsificador con más renombre de aquel tiempo, Elmyr de Hory, descubrió el cuerpo de su amigo, que agonizaba. De Hory, un pintor que había llenado de falsos Matisses, Picassos y Chagalles colecciones privadas, galerías y, según aseguraba, respetados museos de medio mundo, había puesto término a su vida con un bote de barbitúricos. Eso antes que acabar, como probablemente ocurriría, en una cárcel francesa. Para cuando Forgy lo encontró aquella mañana, no le quedaba mucho de vida. ¿O sí?
Cualquiera que acuda al Círculo de Bellas Artes de Madrid, donde hasta el 12 de mayo una exposición (Elmyr de Hory. Proyecto Fake) reúne 28 piezas suyas 'a la manera de' ModiglianiMonetDerainMatisse Picasso, y seis retratos 'a la manera de Hory', es decir, con su propio estilo, sabrá de su arte para falsificar y, sí, también para pintar. Y cualquiera que curiosee en la documentación que esta muestra también aporta, que revise la película F for Fake (Fraude, 1973), de Orson Welles, o lea la biografía ‘oficial’ de De Hory (de la que luego éste renegaría) sabrá que la sombra de la duda cubrió todo en su fascinante historia. Ni sus orígenes y buena parte de su vida, ni la envergadura de su producción, ni dónde o cuándo pintaba; nada está claro. Ni siquiera ahora, más