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lunes, 24 de febrero de 2014

Ensayos de George Orwell

Rafael Narbona

Foto de la cartilla militar del Orwell como miembro del POUM español.

“Si algo significa la libertad, es el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír”. George Orwell nunca se desvió de esta consigna, lo cual le costó agravios, calumnias e incomprensiones. Su pluma nunca fue complaciente, sumisa o aduladora. Se le acusó de colaborar con la CIA y el Servicio de Inteligencia británico, delatando a escritores y actores comunistas, pero la realidad es que se limitó a entregar una carta a su amiga Celia Kirwan, que trabajaba para el Foreign Office, descartando una serie de nombres para un ciclo de conferencias sobre el estalinismo. No se ha difundido con tanto énfasis que en 2005 el Servicio de Inteligencia británico desclasificó unos documentos, admitiendo que vigiló al escritor durante doce años por sus convicciones izquierdistas. La edición en castellano de los Ensayos de Orwell nos permite al fin una perspectiva amplia, que despeja cualquier duda sobre su posición política y su sentido ético. Orwell nunca dejó de ser socialista, pero su experiencia en la guerra de España le reveló que la URSS no encarnaba ningún ideal utópico. Su producción ensayística y periodística comienza en 1928 y finaliza en 1949. Sus primeros textos (“El albergue”, “En el trullo”, “Casas de Posada”) reflejan su aguda sensibilidad social y su compromiso antifascista. No es un sarampión juvenil, sino una actitud que se prolonga hasta el final. Cuando en 1949 escribe “Un

lunes, 2 de septiembre de 2013

Conmigo o contra mí, por arturo Pérez-Reverte

Un lector me preguntó el otro día por mi escepticismo político: mi falta de fe en el futuro y mi despego de esta casta parásita que nos gobierna, sólo comparable a la desconfianza que siento hacia nosotros los gobernados: sin víctimas fáciles no hay verdugos impunes. Siempre sostuve, porque así me lo dijeron de niño, que los únicos antídotos contra la estupidez y la barbarie son la educación y la cultura. Que, incluso con urnas, nunca hay democracia sin votantes cultos y lúcidos. Y que los pueblos analfabetos nunca serán libres, pues su ignorancia y su abulia política los convierten en borregos propicios a cualquier esquilador astuto, a cualquier lobo hambriento, a cualquier manipulador malvado. También en torpes animales peligrosos para sí mismos. En lamentables suicidas sociales.

Hace dos largas décadas que escribo en esta página. También, en los últimos dos años, Twitter me ha permitido acercarme a lo más caliente de nuestro modo de respirar. Y no puedo decir que sea confortable. Inquieta el lugar en que una parte de los lectores españoles se sitúan: lo airado de sus reacciones, el odio sectario, la violenta simpleza -rara vez hay argumentos serios- que a menudo llegan a un desolador extremo de estolidez, cuando no de infamia y vileza. Cualquier asunto polémico se transforma en el acto, no en debate razonado, sino en un pugilato visceral del que está ausente, no ya el rigor, sino el más elemental sentido

sábado, 10 de noviembre de 2012

La quiebra de la amistad

Escribe Ignacio Vidal-Folch en El País unas líneas turbadoras y comprobadas en propia piel. Que las emanaciones de Tanit irradien también hacia la montaña de Montserrat y que iluminen a tantos catalanes perdidos en la fiebre de los pantanos.


Escrito en el AVE: vengo de Madrid, donde he estado hablando de mi libro. Novedad: los periodistas y los blogueros me preguntaban sobre el separatismo, y hasta de madrugada en el Cock tuve que explicarles la “cosa” a aquellas dos chicas tan simpáticas, Teresa y Carmen, a las que en realidad el tema no debería interesarles nada, y que estaban algo sulfuradas. Nunca me habían preguntado tanto por semejantes chorradas. Pero también hay que saber que en las chorradas se nos va la vida. Recuerdo una página enNotas para Silvia donde Pla recuerda el 80º aniversario de Carner, en Bruselas, y cita un soneto que con tal ocasión el poeta les dio a quienes pasaban a felicitarle por su domicilio. Poema tristísimo, sobre el franquismo y la “noche que durará cien años”, que si mi memoria no me falla concluye así: “Pugui jo caure incanviat/ tot fent honor, per via dreturera,/ amb ulls humits i cor enamorat/ a un esquinçall, en altre temps bandera”. En fin, ¡siempre estas cochinadas del amor, el honor y la bandera!
Acabo de llegar a casa, busco en la estantería y encuentro el libro y el comentario de Pla: “Este soneto terrible de Josep Carner se debería dar a todo el mundo para que todo el mundo lo meditase. Pero quizá hubiera sido mejor que este soneto no se hubiese tenido que escribir nunca, haciendo de forma que las personas que formaban parte de las clases dirigentes en el periodo anterior a este periodo hubiesen tenido un poco más de cuidado con las personas con las que se jugaban los cuartos —por decirlo con la vulgaridad natural del país—”.
Con lo de “el periodo anterior” Pla se refería, claro está, a la II República, y a la insensatez de una