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jueves, 20 de febrero de 2014

1984: Treinta años después, la vigencia de Orwell estremece

Juan Bonilla




Leída en 1984, a los diecisiete años, la novela de Orwell era una obra maestra del horror y la angustia. Nos impresionaba mucho -en plena movida- el dibujo apocalíptico que en la novela se trazaba: la reclusión de los individuos en una uniforme masa productiva, células de una entidad poderosa a las que se les había extirpado la conciencia. Que se tratara del retrato más o menos fidedigno del estalinismo - osea de un pasado remoto- no dejaba de ser paradójico: Orwell había alzado una distopía mediante la estrategia de retratar una realidad sospechada que, con la floración de documentos y más documentos, quedó confirmada de la A a la Z.Así que Orwell planteaba para el futuro -terminó la novela en 1948, penúltimo año de su vida, pues murió en enero de 1950, y barajó las últimas cifras del año para darle título a la obra- una imagen del presente, utilizando además, de manera ya indiscutible, aunque sea tontería hablar de plagio, una novela anticipadora como Nosotros,de Zamyatin (que se tradujo al inglés en 1924), que Orwell reseñó en 1946.

Leída ahora, treinta años después, su vigencia, a pesar de la supuesta derrota de los totalitarismos, parece innegable toda vez que la novela interpela a un nuevo totalitarismo enmascarado, en el que las células de la entidad poderosa ya no necesitan siquiera que se les extirpe la conciencia, sino todo lo contrario: habiéndoles vendido la idea del yo, la de la libertad plena, la del derecho a la información, la de la oferta y la demanda, se las ha convertido en elementos muy parecidos a los que pueblan las páginas de la novela de Orwell, agigantando el paisaje de ésta, que ya no es sólo el de una precisa realidad totalitaria en la que el poder maneja mediante la política del “miedo total” a sus súbditos, sino que puede ser, perfectamente, el de las sociedades aparentemente libres en las que el Big Brother también lo controla todo, en la que cada vez se potencia más la policía del pensamiento, en la que con ardides, en principio plausibles como “lo políticamente