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jueves, 30 de enero de 2014

Mankell: La enfermedad, la vida; por Gabriel Albiac

La enfermedad es la vida. Y Henning Mankell la escribe


 ¿ POR qué se escribe? No abandona nunca a quien lo hace la sospecha de haber violado un tabú: el de reduplicar lo real. La suya es la desazón de aquellos herejes de Borges que «abominaban la cópula y los espejos, porque multiplican el mundo». Para quien carga con esa culpa funesta, no hay penitencia que baste. Se escribe en una desoladora batalla – siempre perdida– contra el silencio y la muerte. Y el que escribe nunca sabe si no se está traicionando precisamente al presentar combate. Nadie ha dado esa paradoja con mayor belleza que Maurice Blanchot:

«Una regla dice al escritor: —No escribirás, permanecerás en la nada, guardarás silencio, ignorarás las palabras. —Escribe para no decir nada. —Escribe para decir algo. —Nada de obra, sólo la experiencia de ti mismo, el conocimiento de lo que te es desconocido. —¡Una obra! Una obra real, reconocida por los otros e importante para los otros. — Borra al lector. — Bórrate ante el lector. — Escribe para ser verdadero. — Escribe para la verdad. — Sé, pues, mentira, puesto que escribir de cara a la verdad es escribir lo que no es aún verdadero y tal vez jamás lo será. — No importa, escribe

domingo, 26 de enero de 2014

De IVA y vuelta, escribe el pintor Eduardo Arroyo

¿De verdad alguien se cree que la culpa de lo que estamos viviendo en el mundo del arte español la tiene la cuantía de un impuesto? En absoluto. Es responsabilidad de artistas, galeristas, ferias... y del Estado



No es raro que durante estos últimos años de crisis, varios medios de comunicación y de una manera insistente pregunten sobre la opinión que nos merece el IVA sobre el arte, que hasta ayer estaba al 21 por ciento... sin duda porque se supone que esta desproporcionada medida, única en Europa, es la razón por la cual el mercado del arte sufre y se resiente. Y es por esta circunstancia por la que me he visto envuelto en cavilaciones y conjeturas sobre este gravamen, sobre este recorte, sin duda sorprendente, y sobre las consecuencias derivadas de esta normativa que pudieran incidir sobre el mercado del arte. Inevitablemente a este número veintiuno se le ha hecho responsable de todos los males que afligen al planeta artístico.
Como todo el mundo sabe, el mercado del arte no existe, no existió nunca y nunca existirá en nuestro país. No existirá —insisto— ni siquiera sin IVA, y las razones que quisiera avanzar se me antojan poderosas y para analizarlas no basta con detenerse en los últimos años de este principio de siglo. Creo que deberíamos remontarnos a situaciones y vicisitudes de carácter secular. Las ocasiones irremediablemente perdidas de acercarnos a Europa, y en consecuencia al mundo, se desvanecieron

jueves, 28 de marzo de 2013

Fernando Savater: “A cierta edad dejas de ser vendible y eres como un florero”

"Camilo José Cela decía que como España es un país pequeño, sólo cabe una opinión de cada persona. Si ya eres un ensayista, eres un ensayista, si escribes novelas, eres un novelista". 


Conversación de Juan Cruz y Fernando Savater: 
Juan Cruz: –Eres tantos: dramaturgo, novelista, profesor, ensayista. Te hemos visto en todas las vertientes.
Fernando Savater: –Camilo José Cela decía que como España es un país pequeño, sólo cabe una opinión de cada persona. Si ya eres un ensayista, eres un ensayista, si escribes novelas, eres un novelista. Yo soy un escritor y es así como me considero, siempre lo he sido. Bueno, primero lector, pero como al lector no le pagan tengo que ser escritor (risas). En una de las primeras cosas que escribí decía que yo abordaba la filosofía como un género literario, y por supuesto el teatro o la novela. He escrito géneros distintos pero siempre dentro de un mismo trabajo, el de escritor. No he sido nada más. Dentro de todo siempre me ha gustado más la literatura, de hecho le leído mucha más literatura que filosofía o que cualquier otra cosa.
(...)
Abordas en tu libro algo que me parece muy saludable, el tema de la piratería en Internet y cómo se ha instalado en la sociedad española (y en otras) la idea de que la creación literaria o artística puede ser robada por otros impunemente.
Se ha instalado porque hay un medio para hacerlo, porque es accesible, y lo cuentan como si la cultura fuera así. No, la cultura no es así, la cultura está basada en la comunicación y la comunicación tiene hoy un sistema que permite el acceso a cosas que antes estaban vedadas o por las que había que pagar. Ocurre también con las patentes. Al señor que roba los planos

domingo, 25 de julio de 2010

Cartas de doble filo, por Arturo Pérez-Reverte

Hay una clase de enemigos contumaces, profesionales, que terminan saliéndole a cualquiera que aparezca en público con su rostro o su firma. Internet, sobre todo, con la facilidad que ofrece para el escupitajo de bilis, el insulto y la calumnia desde la impunidad del anonimato, es territorio favorable a esa clase de gente, que despliega allí un esfuerzo y constancia admirables. Lo pintoresco es que buena parte de tales odios desaforados no tiene justificación racional, sino que responde a filias y fobias íntimas, complejos inconfesables, envidias, rechazos y turbios agravios que a veces ni el agresor, al límite mismo de la apoplejía, justifica de modo coherente.

Pero hay una categoría aún más radical: la del converso que antes amó. Incluye a quienes durante cierto tiempo siguieron a alguien con pasión o interés y que, por alguna causa, se han visto defraudados en sus expectativas. Según sea cada uno, el entusiasmo con que antes aplaudía a la persona admirada puede tornarse rencor y ganas de venganza. Algunos casos llegan a lo patológico: a John Lennon, por ejemplo, se lo cargó un admirador despechado, bang, bang, al que había negado un autógrafo. Otros casos son sólo disparatados, o grotescos.

Parte de los odios suscitados por escritores se debe a cartas no respondidas; quizá porque hay quien piensa que a un profesional le sobra tiempo para escribir de todo, y sin esfuerzo. De poco sirve, en mi caso por ejemplo, haber repetido en esta misma página que es imposible atender seiscientos correos electrónicos y cartas cada mes. Que leo cuanto llega, pero cuando puedo. Y que me es imposible mantener correspondencia. Quien eche cuentas comprenderá que si uno dedicara cinco minutos a cada respuesta, debería emplear, sólo en eso, cincuenta horas mensuales que son necesarias para otras cosas. Para escribir novelas y estos artículos, por ejemplo. Para relajarte un rato viendo una película, o para pensar en tus propios asuntos. O para lo que te salga del cimbel.

A pesar de tan razonable justificación, hay quienes no la terminan de encajar. Animados por su condición de lectores y admiradores, envían manuscritos de poesía o novelas inéditas pidiendo una opinión o un consejo. Incluso, ayuda para publicar. Y al no recibir respuesta –algunos, al no recibirla en el acto–, envían cartas destempladas porque no les concediste el tiempo y la atención que creen merecer, y que sin duda merecen. Recuerdo un correo electrónico reciente, de extrema impertinencia, donde alguien que antes me había sugerido asunto para un artículo, relacionado con un problema familiar suyo, me insultaba por «no haber tenido la coherencia moral de ocuparte de eso y por no mojarte».

A veces, por trabajo y viajes, el correo se acumula. El de XLSemanal, por ejemplo, postal y electrónico, me lo hago enviar a casa en paquetes cada mes y medio, aproximadamente, para dedicar un día entero a su lectura. Luego voy contestando lo que puedo: lo urgente o imprescindible. Se da entonces la circunstancia de que, en ocasiones, leo la carta despechada antes de la que, al no ser respondida, motivó el despecho. Paso así del insulto, «eres un prepotente y un chulo y tus novelas son una mierda y te va a leer tu puta madre» –el tuteo y la renuncia a leerme en el futuro son característicos de segundas misivas–, cuya causa no comprendo todavía, a buscar la primera carta, leerla y comprobar que el ofendido, u ofendida, me había mandado antes un manuscrito de quinientas páginas que tengo apilado con otros treinta –ninguno de ellos solicitado–, o elogiaba mi último libro en términos entusiastas, o me invitaba a tomar un café, o a dar una conferencia, o pedía un consejo para su hija que escribe cuentos o quiere estudiar Periodismo.

Ahí, los escritores que se creen menospreciados son temibles: odian como nadie, a simple espacio y por las dos caras del folio. También están los lectores gremiales con poco sentido de la perspectiva: seguidores tuyos desde hace años, que incluso escribieron alguna vez elogiando tal o cual artículo –«dales caña y que se jodan, Reverte»–, y que un día, cuando les toca a ellos o creen verse aludidos de refilón, ya no ven tan claro lo de la caña, y descubren que eres un arrogante y un facha. Pero de todas las cartas recibidas últimamente, mi predilecta es la de una señora, de letra y prosa en apariencia respetables, que pasó de asegurar el pasado enero: «Leo todo lo tuyo desde hace años, como mi familia, y agradezco que tus novelas nos descubran mundos complejos tan insospechados» a escribir, en abril: «Veo que no merecemos de ti una respuesta. Quédate en tu atalaya de soberbia con el último libro, que no pienso comprar. No esperaba otra cosa de un escritor mediocre al que, desde luego, no volveré a leer en mi vida».

XL Semanal