jueves, 28 de marzo de 2013

Fernando Savater: “A cierta edad dejas de ser vendible y eres como un florero”

"Camilo José Cela decía que como España es un país pequeño, sólo cabe una opinión de cada persona. Si ya eres un ensayista, eres un ensayista, si escribes novelas, eres un novelista". 


Conversación de Juan Cruz y Fernando Savater: 
Juan Cruz: –Eres tantos: dramaturgo, novelista, profesor, ensayista. Te hemos visto en todas las vertientes.
Fernando Savater: –Camilo José Cela decía que como España es un país pequeño, sólo cabe una opinión de cada persona. Si ya eres un ensayista, eres un ensayista, si escribes novelas, eres un novelista. Yo soy un escritor y es así como me considero, siempre lo he sido. Bueno, primero lector, pero como al lector no le pagan tengo que ser escritor (risas). En una de las primeras cosas que escribí decía que yo abordaba la filosofía como un género literario, y por supuesto el teatro o la novela. He escrito géneros distintos pero siempre dentro de un mismo trabajo, el de escritor. No he sido nada más. Dentro de todo siempre me ha gustado más la literatura, de hecho le leído mucha más literatura que filosofía o que cualquier otra cosa.
(...)
Abordas en tu libro algo que me parece muy saludable, el tema de la piratería en Internet y cómo se ha instalado en la sociedad española (y en otras) la idea de que la creación literaria o artística puede ser robada por otros impunemente.
Se ha instalado porque hay un medio para hacerlo, porque es accesible, y lo cuentan como si la cultura fuera así. No, la cultura no es así, la cultura está basada en la comunicación y la comunicación tiene hoy un sistema que permite el acceso a cosas que antes estaban vedadas o por las que había que pagar. Ocurre también con las patentes. Al señor que roba los planos
de Renault inmediatamente lo meten en la cárcel. Acabar con la propiedad intelectual es acabar con la creación y volver otra vez a la época del mecenazgo. Pero lo gracioso es que ese planteamiento es el más reaccionario del mundo porque consiste en una cuestión: por qué pagar por algo que puedo obtener gratis. Esa mentalidad depredadora se ha extendido entre la juventud y alguien lo ha entendido como una muestra de progresismo o de avance cuando en el fondo es la visión más reaccionaria y explotadora que puede haber en el mundo.
(...)
“Coartar la libertad no es censurar, es corregir comportamientos, ofrecer alternativas a comportamientos inadecuados”, dices en el libro.
La educación es corregir siempre cosas. La idea de que la libertad de expresión se debe dar desde niño no es viable porque simplemente no educaríamos. El asunto es quién lo va a educar, ¿las personas que lo quieren y que se van a preocupar por él o lo va a educar el medio ambiente, la banda del barrio, el tipo que quiere aprovecharse de ellos? Los que se aprovechan de los niños y los convierten en niños soldados y a los ocho años les dan un fusil también los están educando, los están educando para el horror, para la muerte o la esclavitud. Nosotros lo que queremos es educar para otras cosas. Eso naturalmente exige que al niño le quites el Kaláshnikov, y que si le ves que quiere estrangular a su hermanita le digas que no se puede hacer, y si quiere estar todo el día apretando un botón en vez de aprender a leer o a sumar, tienes que decirle que tiene que aprender a leer y a sumar. Los educadores tenemos que caer antipáticos porque el que halaga y da la razón no educa. Lo más repugnante para mí son los viejos que siempre se pasan la vida dándoles la razón a los jóvenes. Aquellos que decían: “¡El 15M me ha devuelto la alegría de vivir!”. Mire, usted es un gilipollas. No querer más que halagar a los jóvenes es lo contrario del educador.
También existe el halago al viejo porque da la impresión de que por tener más de 80 años también se es inteligente y sabio.
Probablemente no se les haga gran caso porque todos sabemos que a partir de cierta edad la gente te trata con afecto pero no les interesas un pimiento, ya has dejado de ser vendible y empiezas a ser un florero. En el momento en que se levanten y te dejen el asiento en el autobús, sabes que todo ha terminado (risas).
¿Cómo te llevas con el tiempo?
Es una preocupación. Siempre he querido vivir en el presente, nunca he tenido entusiasmo por el futuro, lo que me gustaba era la infancia. Mientras todos los niños querían crecer, yo quería seguir jugando y ser como Peter Pan. Y en cierta medida lo he hecho. Esa idea de que hay algo que viene luego y que es lo bueno la he tenido a veces, como todo el mundo, pero en menor medida. Envejecer es una experiencia divertida porque convierte la vida en un deporte de riesgo. Una caída o un resfriado pueden tener consecuencias fatales, cuando antes te caías, te emborrachabas y no pasaba nada. Que la vida sea un deporte de riesgo me asusta como a todo el mundo pero a la vez me divierte.
Siempre te he visto tan alegre, tan feliz. ¿Hay sombras?
Sí, claro. Recuerdo algo que me marcó. Mi madre me vio un día por la calle, no dijo nada y cuando llegué a comer me lo contó y me preguntó que qué me pasaba. Pues nada, no sé, dije. Y ella siguió: “Es que estabas muy serio y como nunca te he visto con esa cara…”. Me vio con la cara con la que yo voy normalmente por la calle. Una cosa es que uno trate de mantener la alegría y no ser sombrío y otra cosa es que seas tonto.