sábado, 12 de octubre de 2013

Juan Pablo Fusi: «En 1989 se produjo la derrota de la izquierda revolucionaria»

LIBROS

El historiador publica una «Breve historia del mundo contemporáneo» (Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores)

Entrevista de Tulio H. Demicheli, fotografía de Jaime García

 
Juan Pablo Fusi


-Comienza el libro hablando de dos revoluciones, la Americana y la Francesa. La primera, que es una gran desconocida para nosotros, acabó bien; la segunda, que fue tributaria de aquella y es el gran icono histórico europeo, no.
-Es verdad que la interpretación convencional que muchos hacemos de la Historia Contemporánea comienza en 1789 con la Revolución Francesa, dejando fuera a la Revolución Americana que tiene una gran importancia en sí misma, dado que EE.UU. ha terminado por ser el país dominante, sobre todo, desde finales del XIX, y ya claramente, en el siglo XX. En cuanto a las ideas políticas y morales, a la concepción del estado y a la misma idea de «revolución» que defendieron Jefferson, Madison, Hamilton, Adams o Franklin -Washington se pronuncia menos sobre esas materias-, tienen una calidad extraordinaria. Y es verdad que una termina bien, porque los valores políticos sobre los que se sustenta la Revolución Americana (desde la autonomía que ya disfrutaban las colonias, la pluralidad religiosa de los disidentes ingleses que fueron desembarcando allí, más la idea que tenían de la separación de poderes, de la Constitución, de una República moderada, y del orden y el equilibrio de sus
instituciones) han acabado siendo parte fundamental de lo que hoy entendemos por democracia. Por su parte, la Revolución Francesa, sobre todo a partir de 1793-94, primero degeneró en una dictadura de la minoría jacobina y luego acabó con uno de los primeros golpes militares modernos, con Napoleón Bonaparte a la cabeza el 18 de Brumario de 1799 (9 de noviembre según nuestro calendario).
-A lo largo del libro pueden seguirse algunos hilos conductores, que son políticos e ideológicos como el liberalismo constitucional anglo-americano, pero también culturales y científicos: el romanticismo, el realismo, las vanguardias y el racionalismo científico o positivismo...
-La idea del XIX como un siglo británico y su parlamentarismo como modelo ideal de la política, y del XX como un siglo norteamericano, sería uno de los hilos conductores del libro, pues durante estos 200 años la hegemonía angloamericana ha sido evidente. Desde el punto de vista de los valores y las ideas, desde mediados del XIX se produce un giro hacia el realismo y la moderación, y una toma de conciencia de las contradicciones del hombre, que el hombre romántico no tenía. Eso ya está en la novela realista del XIX y, por supuesto, ya en el XX, a partir de Freud, Husserl, Bergson, Heidegger, Ortega, Sartre, Camus, con toda claridad. Pese a los enormes avances científicos y tecnológicos, los hombres alimentan una idea de la vida como algo absurdo, el hombre «arrojado a vivir», cierto malestar que coincide, quizá, con procesos de secularización graduales y lentos de la sociedad. Las verdades son provisionales, se dan ciertos relativismos morales, hay falta de creencias fuertes. Esto es más propio del XX que del XIX porque la fuerza de las Iglesias o la impronta del pensamiento religioso aún jalonan la vida social, pero irán atenuándose o desapareciendo en el XX.
-Otros grandes protagonistas de la historia contemporánea son los nacionalismos.
-Con el siglo XIX aparecen dos nacionalismos centrales: el alemán y el italiano, que son de unificación. Estos proyectos nacionales van unidos al liberalismo constitucional. En el Imperio austro-húngaro no había un fuerte nacionalismo «nacional». Era una especie de aristocracia cosmopolita: la élite del imperio que va aceptando las reivindicaciones, los derechos lingüísticos... Más tarde, cuando finaliza el siglo, surge otra cosa: la idea de que un pueblo que presente cualquier tipo de identidad (cultural, étnica, lingüística, religiosa) tiene derecho a la independencia. Dada la constitución de los estados modernos, cuando se rompe el «umbral de mínimos» para definir una nación, como se solía decir, se crea el gran problema de las «nacionalidades». El etno-nacionalismo de fines del XIX no es ya un nacionalismo de unificación, sino movimientos de afirmación de la identidad en los que prevalece la etnia, la lengua o la cultura sobre la estructura política. El Imperio Austro-húngaro, que todo el mundo veía como un modelo de «estado multinacional» de gran estabilidad, deja de funcionar en el momento en que empiezan a aparecer checos, serbios, polacos, croatas, eslovenos, etc., reivindicando su nación. El periodista e ideólogo Karl Kraus vaticinó que el modelo sería un «laboratorio de la destrucción mundial», en lo cual acertó, porque la Primera Guerra Mundial estalló, aunque no sólo por ello, tras el atentado nacionalista de Sarajevo, que fue su detonante.
-¿Cuáles fueron las consecuencias de la Primera Guerra Mundial?
-Tiene una importancia excepcional porque se hunden tres imperios: el austro-húngaro, el ruso y el otomano, que eran factores de estabilidad mundial. Se crean numerosos países con grandes problemas internos, muchos de ellos de integración de minorías, pues nacen con un fuerte «nacionalismo nacional». Además, se produjeron el fascismo, que fue una reacción por haberse sentido Italia mal recompensada por su participación en la guerra y por el fracaso del estado de la unificación; y el nacionalsocialismo, que igualmente fue una reacción por lo que se consideró una «traición» de la clase dirigente alemana y luego, de la República de Weimar.
-¿Y la URSS?
-Tampoco hubiera habido Revolución Soviética si Rusia no entra en la guerra, pierde dos millones de personas en dos años, descontento que capitaliza la minoría bolchevique para dar un golpe de Estado. Los regímenes europeos durante el XIX no son lo que hoy entendemos como democracias plenas (voto restringido, las mujeres no cuentan, las competencias de los parlamentos eran limitadas, pero al menos había sistemas de representación y, en algunos casos, como el británico, el parlamento es la esencia de la nacionalidad…) Donde no hubo nada de todo eso fue en Rusia. El zar reina y gobierna. Sí hubo una cierta modernización desde 1890, pero hecha desde arriba. No existía la «sociedad civil», y cuando se da una cierta apertura cuando el zar otorga una seudo constitución tras la revuelta de 1905, ya es demasiado tarde. No hay experiencia democrática ni las instituciones tienen prestigio, tampoco cultura constitucional alguna, cosa que tampoco existirá con la dictadura soviética, ni siquiera hoy mismo, porque la Federación Rusa es una estado semiautoritario.
-Después de la II Guerra Mundial que acaba con el totalitarismo de Alemania, Italia y Japón, surge el Estado del Bienestar. ¿Se construyó para frenar la amenaza de una revolución comunista y se ha dejado caer cuando ha desaparecido tras la caída de la URSS?
-Es cierto que hasta 1947 (cuando se crea el Sistema Nacional de Salud británico) no había, como tal, un Estado del Bienestar, pero sí existen desde principios del siglo XX algún tipo de leyes y medidas sociales en los países. A partir de los horrores de la guerra sí aparece la necesidad de crear un tipo de sociedad nueva, que se da no sólo entre los progresistas, sino también entre los más conservadores, los liberales y los cristianos (las Iglesias, hay que ser justos, siempre la han tenido). Una “sociedad nueva” más justa que asuma su responsabilidad ante la enseñanza, la pobreza, el desempleo, la vejez o la enfermedad, y que es algo que proviene del espíritu de las dos revoluciones inaugurales de la modernidad.
-En el apogeo de ese Estado del Bienestar se produce, de pronto en 1968, una gran revuelta juvenil en Francia y EE.UU. que tiene consecuencias en Italia, Alemania y todo el mundo occidental.
- Mayo del 68 no podemos atribuirlo a las injusticias sociales, más bien responde a una rebelión generacional por razones estéticas, morales, sexuales, convencionales. Raymond Aron, con bastante precisión y mala intención, dijo que era una «revolución inencontrable». Su mejor herencia fue la liberalización de las costumbres y formas de vida: la mujer, la sexualidad, otras maneras de vestirnos y divertirnos. Lo peor sería la irrupción de grupos muy ideologizados que a partir de los mensajes del 68 resucitaron la acción violenta de fines del XIX y principios del XX. Los casos de la banda Baider-Meinhoff, en Alemania; o de las Brigadas Rojas y Poder Obrero en Italia, fueron un disparate de percepción de la realidad. Jóvenes muy ideologizados interpretaron todo aquello como el preludio de una revolución y recurrieron a la lucha armada, causando un desastre inútil que costó la vida de varios centenares de personas, entre ellas, la de Aldo Moro. Una cosa es la mala conciencia y el anhelo de una vida mejor y más justa para todos; y otra muy distinta la violencia, la imposición por el terror y las estrategias de sangre.
-Concluye el libro dedicando un capítulo a la Revolución de 1989, años en los que también se hablaba del Fin de la Historia… ¿Lo fue la caída del comunismo?
-Era una simplificación y una provocación intelectual. En Francis Fukuyama había cierta ilusión de que había triunfado la democracia. Pero sí ha sido el fin de una época, así como la derrota histórica de la izquierda revolucionaria. La derrota de toda una visión del mundo afincada en una revolución «obrera» que se beneficiaba del ethos de la Revolución Francesa y que había reverdecido, por ejemplo, con la Revolución Cubana a finales de los años 50. La ocurrida en Europa del Este y en Rusia a lo largo de 1989 fue, casi, una revolución de 1789 pero… ¡contra los revolucionarios!
-Usted se muestra pesimista, habla de que hoy nos enfrentamos a un «espejismo de paz»…
-Claro, otra cosa es que la caída del comunismo haya abierto una etapa de estabilidad. Vivimos un momento de incertidumbre. Parece que la gran tensión bipolar ha desaparecido y que podemos caminar con una cierta distensión internacional, y nos encontramos ante un «espejismo de paz». Recuerden la primera guerra del Golfo. Parecía que era lo que había que hacer: primero, condena de la ONU a la ocupación de un país por otro. Luego, se articula una gran coalición con participación del mundo árabe, de los países occidentales, con EE.UU a la cabeza, a la que se suman muchos otros. Y se actúa. Pero poco después, todo eso se viene abajo. Estallan las guerras balcánicas, aparecen las redes de terrorismo islámico sin bases territoriales de Al-Kaeda, nacen estados fallidos a partir de la desintegración del imperio soviético, se producen guerras tribales en África con genocidios como el de Rwanda, el conflicto palestino-israelí se recrudece con dos intifadas y ocurre el atentado del 11-S…… Y toda ante la inacción de los propios países vecinos, europeos y africanos, así como de los organismos internacionales. Hemos perdido la gran oportunidad de 1989 y volvemos a un mundo complejo, difícil, conflictivo, en el que puede pasar cualquier cosa.

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