Ya sólo me queda llegar a Galicia por mar y no descarto hacerlo algún día desde Lisboa o desde otro sitio. La llegada por mar a Vigo o a La Coruña ha de ser maravillosa.
La Coruña es como mi casa. Sin despreciar nada de Galicia, pues todo todo tiene su mérito, encuentro Vigo muy ruidosa, muy sucia, incluso algo más cara. Santiago es como una maqueta medieval llena de iglesias y una gente acostumbrada al trato con extraños que llegan extenuados, pero Santiago es demasiado turística, más cara y con un aliciente añadido, el de ser ciudad universitaria.
En La Coruña me encuentro más a gusto: ciudad luminosa, abierta, amplísima, muy limpia -a alguien que venga de la guarrería de Ibiza o de Valencia, La Coruña le impresiona.
A esta ciudad magnífica le tengo la medida tomada para recorrerla andando. Hablo de 10 a 14 km diariamente. Pero son tan amenos y cuidados los trayectos que a duras penas vas notando que te has comido cinco km.
Un alto en la caminata a la altura de la playa de Orzán, agosto 2010. Observarán que mi compañera fenicia nunca sale en ninguna foto, es debido a que las pocas señoras que se acercan a mí temen por su reputación y yo las comprendo. Prefieren ir de incógnito, como en los viejos tiempos.
No es mala filosofía, en todo caso ellas deben pensar que es mucho mejor exhibir un trofeo que una reliquia.
Mi acompañante fenicia aguanta el tirón mejor que yo, aunque bien es cierto que pesa la mitad. Pero tiene su mérito, soporta las caminatas, los cambios de ritmo y sólo al final del día deja salir alguna leve queja, pero mientras caminemos estos recorridos, nos regalamos con una cena moderada.
Conozco ya los sitios más secretos para comer bien y que no te alanceen a la hora de pedir la cuenta. No caemos en los tópicos -bandejas de marisco, ostras con champán, percebes - porque ni nos apetece -de hecho yo como marisco muy aceptable en cualquier parte de España, incluso en mi casa- ni deseamos comernos el mundo en dos días. Estas cosas están bien cuando se viaja en grupos de cuatro, seis o más.
Pero la descripción de algunos platos llenarían de asombro a muchos cocineros de Baleares.
Hay que conocer los sitios, claro, aunque en general se come muy bien por 20 euros cada uno.
Hay que decir que me hospedo en o muy cerca de la calle Joaquín Planells Riera, al lado de la estación de tren. En Galicia hay que usar mucho el tren, son nuevos, confortabilísimos y bien de precio. Todo eso cambiará a peor en unos años, si no me equivoco.
Sin duda este Joaquín es otro fenicio que labró su fortuna (¿militar quizás?) en ultramar, como este inmodesto fenicio que les habla. Por cierto, otro fenicio, Enrique Ramón Fajarnés nació en Santiago de Compostela y a veces me lo cuenta no sin cierto y legítimo orgullo, a unos pocos pasos de la tumba del apóstol Santiago.
Nada más llegar nos paseamos toda la avenida o paseo marítimo, el de las famosas cristaleras (La Coruña es tierra de vientos, eso es uno de sus pocos defectos).
Bordeamos todo el paseo y comenzaremos a dar la vuelta al famoso perimetral coruñés, una delicia para el caminante que a mitad de camina ofrece un regalo luminoso: un faro, el faro de Hércules, o la Torre de Hércules.
La visión aérea nos da una idea de la belleza y de las dimensiones del paseo perimetral que va bordeando las costas de la ciudad, de las playas de Riazor y Orzán y... sigue. Esto es un paseo. Kilómetros sin un sólo coche que moleste.
Reproduzco unas líneas de la Wikipedia:
La Torre de Hércules es una torre y faro situado en la península de la ciudad de La Coruña, en Galicia (España). Su altura total es de 68 m y data del siglo I. Tiene el privilegio de ser el único faro romano y el más antiguo en funcionamiento del mundo. Es el segundo faro en altura de España, por detrás del Faro de Chipiona. El 27 de junio de 2009 fue declarado Patrimonio de la Humanidad[1] por la UNESCO.
Pero la ciudad de La Coruña no se reduce a esto: hemos caminado sólo la mitad o menos del trayecto peatonizado. La gran avenida de Pedro Barrié de la Maza, un prócer gallego, ocupa la interminable fachada a las playas de Orzán y de Riazor. Justo en el extremo está el estadio del Deportivo, a un paso de las aguas atlánticas.
En la imagen de Sergio Díaz puede observarse el majestuoso porte de la playa de Riazor a la derecha de la imagen, al fondo se ve el estadio. El malecón del centro de la playa separa Riazor de la otra playa Orzán.
En esta foto de Paulino Castiñeira Trillo pude verse el impresionante alcance de la caminata. (Pincha para aumentar). Al fondo se ve la Torre de Hércules. Puede hacerse todo esto en vehículo, pero no tiene ninguna gracia. En La Coruña todo el mundo camina, hasta señoras muy elegantes, foráneos, nativos: La Coruña es una ciudad humana. Esta foto está tomada desde el Monte de San Pedro.
El cuerpo ya ha recibido su merecido, un poco macerado pero con la ilusión en el cuerpo. Hay que desandar todo lo caminado. Nos espera una jarra de vino joven de Ribeiro, el turbio y sano vino gallego con unas bandejas de pulpo. Hace diez años probé muchas pulperías, pero quiero que mi fenicia conozca la que consideré mejor. Al ataque.
Uno de los secretos está en el pimentón que ha de ser joven. El resto del manual lo conoce cualquier gallego, pero es difícil acertar, ajustar, matizar. El pulpo es un plato delicioso.
Puedes leer aquí la primera parte de Un ibicenco en Galicia.
Clica en las fotos para verlas mejor.