viernes, 30 de julio de 2010

Elegía de un mito diluido, por Miguel Ángel González


Cuando releo los trabajos que publicaron en ´Teoría(s) de Ibiza´, entre otros, intelectuales como Ramón Ayerra, Antonio Colinas, Antonio Escohotado, Félix Julbe, Antoni Marí, Salvador Paniker, Francesc Parcerisas, Edevain Park, Ivan Spence y Miguel Siguán; cuando repaso la historia que Danielle Rozenberg nos dejó en ´Ibiza, una isla para otra vida´; o cuando vuelvo a toparme con las entrevistas que Mariano Planells recoge en sus dos volúmenes de ´La senda de los elefantes´, no puedo sino sorprenderme de lo mal que aprovechamos los activos y las energías que en aquellos años sesenta y setenta acumulamos.
Ibiza y Formentera fueron entonces tierra de promisión y vertedero de sueños hasta el punto de convertirse, internacionalmente, en una Meca artística de primer orden. Aquí tuvimos pintores, fotógrafos, directores de cine, publicistas, filósofos, novelistas, arquitectos, escultores, matemáticos, poetas y una legión de artesanos que tocaban todos los palos. Difícilmente encontraríamos un lugar que haya tenido alguna vez tal concentración de materia creativa por metro cuadrado.

La fama de nuestras islas, en aquel momento, no estaba en las discotecas ni en el reclamo turístico de sol y playa. Estaba en la imagen que Ibiza y Formentera daban de paraísos perdidos, de mundos utópicos, de laboratorios vivos, de microcosmos artísticos y bohemios donde todo parecía posible.
El paisaje y el mundo antiguo permanecían casi intactos y eran compatibles con la admirable hospitalidad y discreción de sus habitantes. Era el mundo del vive y deja vivir. Y fue también el refugio de los hippies de medio mundo.
El problema, visto con la perspectiva que nos dan los años, es que de aquella movida sólo quedan rescoldos que se van apagando. El mito se diluyó, fagocitado por el cambio que introdujo el turismo de masas y que supuso el destrozo del paisaje y la pérdida de identidad. Y aquellos personajes, como aves de paso, tal como habían aparecido, desaparecieron. Al visitar hoy el Museo de Arte Contemporáneo, por ejemplo, uno se da cuenta de las oportunidades que entonces perdimos, de lo que nuestras islas hubieran podido ser, del mal aprovechamiento, en fin, que hicimos de aquel periodo irrepetible. Y lo peor es que no parece que lo sucedido nos haya servido de lección.

Diario de Ibiza