jueves, 14 de noviembre de 2013

De paseo con Josep Pla: 'Viaje a pie'



En el libro se tropieza el lector con un humor socarrón, una ironía que revela a Pla como un observador de vuelta de todo, aunque él se empeñe en estar de ida. Y muchas anécdotas, como una impagable conversación con una vieja a cuenta de unas gallinas muertas, u otra con un payés –los habitantes rurales del Ampurdán– sobre la educación de sus hijos. Por eso, se lee con una enorme sonrisa cómo un funcionario le dijo una vez: «¡Qué buen escritor sería usted si tuviera un coche de esos!», y la reflexión inmediata de Pla: «Cada día aumenta el número de idealistas. Cada día es mayor el número de personas que sueñan con tener lo inasequible. Las personas que se contentan con lo que simplemente tienen, con la materia del pan nuestro de cada día, los materialistas, somos considerados unos infelices». Tenía ya claro que el estado ideal era viajar ligero de equipaje: «El dinero excesivo, como la pobreza excesiva, le ponen al hombre un yugo insoportable».«Cuando se llega a una determinada edad sin haber logrado tener intereses directos en la comedia humana, contribuye a aligerar el peso de la vida el hecho de badulaquear por el mundo, por un pequeño rincón del mundo, y distraerse con las cosas más nimias». Palabra de Josep Pla. La determinada edad era medio siglo de vida largo. Corría 1949 y el mayor escritor de las letras catalanas demostraba que también en castellano era un tipo especial. En «Viaje a pie» recogió una visión de su «país», que no era España ni Cataluña, sino el Ampurdán, porque a él, superadas las ideologías, comenzaban ya a importarle sobre todo las cosas pequeñas de la vida, que a la larga son las grandes. Como sus reflexiones sobre los pueblos catalanes que recorre en estas páginas –«ahora son como cajas cerradas»– o sobre el estado material del hombre: «La riqueza fascina. Es quizás, en los tiempos que vivimos, la única cosa que fascina
realmente. Todo lo demás son puerilidades y simplezas».
Publicado en 1949 –como toda la obra de Pla, con su editor Josep Vergés, en Destino–, «Viaje a pie» no había vuelto a ver la luz. Ediciones 98 ha apostado ahora por regresar a este libro, pero con un importante matiz, como explica el director editorial de esta casa, Jesús Blázquez: «Pla lo escribió en castellano, que es un dato muy importante. Desde 1949 hasta aquí no se ha vuelto a reeditar, entiendo que por diversas circunstancias: hay un momento en que él decide publicar sus libros, básicamente lo que es la obra completa, con Vergés y desiste de hacerlo en castellano. No tuvo mayor interés. Era más proclive a publicar en catalán, para potenciarlo».
Traducir una traducción
A la muerte del autor, en 1981, se reeditó su obra obra en catalán, pero, explica Blázquez, se descuidaron sus libros en castellano: «Resulta que la obra más conocida de Pla es una traducción del catalán –se refiere a «El quadern gris»–. Pero estamos leyendo a Dionisio Ridruejo y a su mujer, que fueron los traductores, no a Pla». Es más, subraya el editor, «de las 30.000 páginas que escribió, 10.000 fueron en castellano. Pero se tradujo todo al catalán y se han dado cosas ridículas: obras que escribió en castellano, traducidas al catalán por Bardají, se han vuelto a traducir después del catalán al castellano». Es más, explica el responsable de la editorial, «Pla se desentendía: no se encargaba de corregir pruebas. La primera y única edición de este libro estaba plagada de errores tipográficos y faltas de ortografía». Todo eso añade valor a esta reedición, tomada del castellano original y limada.
Cuenta Blázquez que «mi interés era recuperar una obra muy interesante. Aparece prácticamente a la vez que ''Viaje a la Alcarria'' de Cela, pero ésta es bastante más profunda y se sitúa en el Ampurdán. Pla pone el espejo y cuenta lo que ve: está describiendo la vida rural de su comarca, la que conoció perfectamente, de la que se fue y a la que regresa desencantado después de la Guerra Civil».
Una comarca vieja y apolillada
No hay en Pla una mirada idealizada hacia los pueblos; muy al contrario, sus líneas retratan la psicología del payés con sarcasmo. Pero sus estocadas no hacen sangre, porque nadie dedica su vida a escribir de pueblos como los que retrata si en el fondo no siente por ellos empatía. «He nacido, vivo, en una de las comarcas más antiguas, más anquilosadas, más viejas del país. Las piedras están doradas por el sol de siglos. Todo aquí se cae de puro viejo, todo está apolillado y carcomido», asegura Pla. Pero admira las bellas masías, sus huertos, las frutas que dan y la luz de sus atardeceres. A su manera, además, Pla estaba haciendo política: «Al poner el espejo, está mostrando todas las carencias que había en el mundo rural en la época, de infraestructuras, del funcionamiento de las administraciones...», explica el editor
Su mirada es en cualquier caso paradójica: «Las personas que conocen la vida de nuestros pequeños pueblos rurales, tan silenciosos, duros, esquinados, impermeables, dominados por la obsesión del interés, absortos en las cosas del dinero, ensimismados en el placer de la avaricia; (...) donde no se puede hablar con nadie, donde es absolutamente imposible hablar de nada con ánima viviente, ésos saben la grandeza del cura rural», reflexiona. Pero antes ha dicho: «A mí me gusta observar a los payeses en su propio ambiente. Forman una clase antigua, estática, inconmovible»; enfrente está el hombre moderno, «un material humano standard».
En fin, un libro de lectura deliciosa. Y hoy muy necesario, como explica Blázquez: «Soy partidario del diálogo entre los pueblos de España y entre las letras castellanas y catalanas, como siempre ha sido. En estos momentos es un acto de normalidad que un editor de Madrid edite al mejor prosista catalán de todos los tiempos».
Catalán, franquista y exiliado
Nacido en 1897, Josep Pla fue el mayor de cuatro hermanos en una familia acomodada de Palafrugell (Gerona). De temprana vocación por las letras, se convirtió en articulista conocido. Exiliado durante la dictadura de Primo de Rivera, próximo a las ideas de la Lliga y a Cambó, fue corresponsal en Madrid para «La Veu». En 1936, amenazado, huyó a Francia y pasó la Guerra Civil en Marsella. Regresó a España en 1938, entrando por San Sebastián, donde hizo buena amistad con los fundadores de Destino, y entró en enero de 1939 en Barcelona con las tropas franquistas. Poco después se instaló en el Ampurdán, harto de los acontecimientos, y dedicado a escribir sobre la Costa Brava, en un exilio interior con el que comienza su etapa narrativa más madura y brillante. En 1948, se instaló en la masía Pla de Llofriu, donde vivió hasta su muerte, en 1981.
La cocina de siempre
Ala par que «Viaje a pie», sale la venta una edición de bolsillo de «Lo que hemos comido» (Austral), una obra que, desde otra perspectiva, se complementa con la primera. «En los años 40, Pla tiene una intensa relación con Jaume Vicens Vives. Ambos tejen un proyecto de recuperación de la cultura del país. Es Vicens Vives quien le sugiere que hay que salvar la autoestima de la gente; ésta tiene que comer bien, regresar a la cocina de antes. Pla elabora este tratado de comida tradicional ampurdanesa», explica Anna Aguiló i Miquel, directora de la Fundació Josep Pla.