Muere el escritor mallorquín, una figura tan rica como indefinible, a los 89 años
por NADAL SUAU, El Cultural
Fue el más raro de todos los raros españoles de la segunda mitad del siglo XX. Cristóbal Serra Simó (Palma de Mallorca, 1922-2012) murió ayer, pocas semanas antes de cumplir los noventa años. Una caída cinco meses atrás lo había dejado postrado, y sus facultades habían ido menguando diariamente hasta que su corazón se ha detenido. Su muerte obliga a revaluar la capacidad de nuestro sistema literario para acoger a un escritor único.
La forma más rápida de evidenciar el desajuste entre la calidad de la obra serriana y la atención que ha merecido habitualmente por parte del circuito cultural predominante es citar de corrido a algunos de sus principales valedores: Octavio Paz, Pere Gimferer, Joan Perucho, Rafael Conte. En los años setenta, Beatriz de Moura lo convirtió en autor de Tusquets, donde publicó dos títulos propios y varias antologías y traducciones. Serra vertió al castellano la obra de William Blake, Ernest Hello, Emerson, Melville, Leon Bloy o Jonathan Swift, además de versionar desde el inglés y el francés a Lao Tse y Chuang Tzu.
Serra nació en Palma, hijo de una familia acomodada. Hipersensible y muy inteligente, tuvo que contemplar los efectos de la Guerra Civil en su primera adolescencia y vivió varios años en el Puerto de Andratx, entonces un paraíso virgen, a causa de una tuberculosis. No salió indemne de ambas experiencias: su carácter fue desde entonces introspectivo y dolido, aunque lo revistiera con una educación exquisita y un sentido del humor británico (o, por extensión, isleño), entre la ironía y el disparate.
Estudió Derecho en Barcelona y Madrid, donde coincidió con Manuel Fraga, y más tarde Filosofía y Letras en Valencia. Pero su vida estuvo siempre ligada a Mallorca, donde ejerció la docencia durante