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Un diálogo con los árboles es una breve presentación para la exposición de Antonia Torres y Juan García-Gatica en el Convento de San Agustín en Barcelona y ahora en el Museo de Arte Contemporáneo de Santiago de Chile.
Juan García-Gatica y Antonia Torres forman una pareja artística que superan en simbología profunda las evidentes propuestas formales artísticas.
Al margen de su obra individual como pintores, desde hace un tiempo han emprendido un refinado diálogo con los árboles. No es un informe enfrentamiento con la biomasa afectada por la acción del hombre, sino una labor más personal, la de dos artistas que se sumergen en unos módulos de land-art que escogen los árboles como mediadores.
Existe un conocimiento en todas las culturas: el ser humano habla con los árboles, que al actuar de medium, se convierten en una forma cargada de significado para entender y para explicarse el mundo. Ocurre en todo el mediterráneo arcaico, existe en las culturas nativas americanas de la Patagonia, en la cultura chamánica, en el mundo celta, etc.
Hace un tiempo, este dúo de artores (actores del arte) ya emprendió una tarea llena de color con los árboles torturados de Ibiza; con los troncos resecos desahuciados. Pintaban tronco y ramas con un colorido luminoso, con tintas planas y complementarias, dando a los restos ya muertos un festivo colorido que sorprendía la vista.
La propuesta ahora es más compleja, suma más medios, una formulación teórica que mueve a la reflexión y a la acción posterior: las grandes extensiones de los incendios terribles de amplios bosques patagónicos de Chile. Los bosques quemados de Aysén aparecen hoy como tétricas heridas fantasma, como unas enormes heridas de la biomasa donde existen pocas o nulas oportunidades de redención.
Quizás ésta sea una de ellas. La acción de nuestros artistas inicia una intervención sobre el tronco, cubriéndolo con telas negras de plástico. Pero el polietileno apenas puede ocultar el alcance casi cósmico de aquellos incendios. La tela oscura lleva un número, una inscripción, como podría llevarlo un preso judío en un campo de concentración de la Alemania nazi. Es así como uno se da cuenta de que estas heridas interminables no afectan a la piel, a la epidermis, sino a las entrañas mismas de la tierra.
En la documentación aportada –al alcance de todos- se descubre la metodología y las conclusiones, además de material y videos que explican los tiempos y el ritmo de realización.
Estos paisaje torturados nos dejan con la boca abierta: parecen haber sido mínimo seis los incendios contumaces, dese 1920 hasta 1960. Un 60% del total ha perecido por incendios estratégicos creados por la mano estúpida y mineral: conseguir tierras, desalojar a los indios indígenas, descubrir a guerrilleros velados por la vegetación… sin olvidar unas obras de desmonte implacables que no seleccionan, sino que arrasan con todo.
Uno descubre que este conjunto chileno pertenece al reino florístico neotropical, que el manto vegetal es imprescindible para salvar tierras, filtras aguas y preservar el paisaje, el clima y la economía. O que hay miles de especies endémicas y que sigue la destrucción de bosque aquí y en gran parte del planeta.
La instalación de nuestros artistas Torres y García-Gatica no restituyen el equilibrio perdido, pero suponen un eslabón más para reforzar el gran cambio que ha de nacer ya si queremos sobrevivir en este planeta Gaia, un planeta vivo lleno de cicatrices.
Sumados a la emoción estética, probablemente quedará esta sugerencia ética que ayuda a crear conciencia: somos un todo. Y no son heridas de piel. Son heridas de entraña.
Mariano Planells
En esta exposición de Chile también se incluye un amplio texto de José M. Santa Cruz G.