El regreso a Galicia
El fenicio pasó un verano completo en tierras celtas justamente en el año dos mil, un año en que, lo he explicado dos mil veces, todas las mujeres gallegas comenzaron a embarazarse a partir del día uno de enero, dando por resultado una mágica floración de úteros grávidos que deambulaban por La Coruña y por toda Galicia.
En julio habían pasado siete meses: los vientres abultaban y los rigores del penitente, aliviados por un brebaje compuesto por ron negro y una sustancia conocida por cola, me llevaron a pensar que estaba bajo los efectos de una alucinación.
Cuando comprendí la querencia gallega por las cosas de la magia y por las brumas irracionales que lo impregnan todo me quedó todo claro: las gallegas querían tener un Manolo nacido en el año 2000.
Nada que objetar, me dije y me digo, sólo que hasta que no lo entendí, pasé días intrigado y rezando mientras bebía, pues ya es sabido que no se puede beber mientras se reza, pero sí a la inversa.
Han pasado diez años de aquello.
Abrumado por una oleada de calor que ha durado unos 40 días recupero el viejo proyecto de regresar a Galicia. Dicen de las tierras rocosas galaicas que son muy radiactivas y que eso llama al regreso. No lo sé.
Sólo sé que mi primera peregrinación fue gratificante, dulce y en solitario: tenía que escapar de las redes estériles de Ibiza, un antro telúrico de potentes radiaciones. Pero los fenicios sabemos que ningún humano activo mentalmente -o comercialmente - puede soportar estos sitios en exceso, de ahí que seamos tan viajeros.
Los fenicios no tenemos más remedio que ganar dinero para sufragar nuestros viajes y ello nos ha formado un carácter abierto, ávido de novedades, lo queremos saber todo y más, y en cualquier caso, si no tienes porque has de aprender y si tienes porque has de conservar, siempre te hará falta un cierto nivel de riquezas.
Esto nos ha creado una reputación dudosa, pero también es la envidia. Nos tienen envidia, temen nuestra resolución y es por eso que todos los pueblos vecinos nos han destruido Tiro, porque de la envidia al odio sólo hay un paso. No somos agresivos ni somos tacaños, somos curiosos, repartimos saber y nos gusta vivir bien. Esto no siempre se agradece.
Un vago en Vigo
Galicia me recompuso, me recogí ante el apóstol Santiago, bebí Estrella de Galicia y cuantos acontecimientos se acercaron a mis días me confirmaron mi antigua idea: hay que seguir, camina o revienta, no mires atrás ni para coger impulso. Tu sigue.
Llegué a Vigo y a Vigo vuelvo.
Siguen con el traqueteo interminable de las obras. El puerto y una gran parte de la ría es una auténtica cloaca (ver Galicia y el fin de los tiempos). Vigo es un puerto de gran potencia industrial y pesquera, la ciudad es vitalista, pero no saben definirse una vida gallega, apaisada y civlizada. es uan de las ciudades más ruidosas de España y una de las más salvajes, a pesar de la buena gente que la puebla pero que no sobresale.
Me hubiera encantado besar las arenas de la islas Cíes, tan cristalinas y sutiles a pesar de la dureza de los embates atlánticos... o bañarme en Samil, pero cuando veo en el puerto tanta suciedad, ruidos, polvo de las obras, gente descolgada o colgada, me entran las prisas por llegar a mi añorada La Coruña.
Pero me acompaña esta vez mi particular Dido y ella quiere pasar por la piedra, pedir una docena de ostras y cenar en el Mirador con la vista al puerto. Pues eso. Será un placer.
Por la mañana, antes de salir en tren, la aviso:
-- Tenemos que subir al Castro, cruzaremos el Casco Viejo, iremos al Consello y abajaremos caminando. Una buena excursión porque es cuesta arriba. Pero el paisaje bien lo paga.
(Aquí puedes leer algo sobre los castros)
El fenicio exhibe con cierto orgullo sus cien kilos, subidos minuciosamente a pie hasta lo más alto del Castro de Vigo, ante la estela celta. Nada más bajar recibirá un premio modesto: seis ostras frescas. No se puede perder ni un kilo, al menos por un descuido. La foto es obra de Dido, una mujer fenicia de gran curiosidad viajera.
Trenes y maíz
En diez años han mejorado mucho los trenes y las vías. Da gusto ir en tren en unas vías que van bordeando las rías donde precisamente el río de agua dulce se va uniendo con el mar. El maiz llega hasta las mismas aguas. El sol castiga fuerte en el exterior, pero el vagón está climatizado, Dido se cae de sueño, se recuesta en mi hombro porque no quiere perder nada, pasamos por delante del puente de Rande, uno casi diría que divisa las anguilas en la cabeza del río...
Un buen almuerzo nos ha despedido de Vigo. No perdonamos ninguna comida: estamos de vacaciones y las caminatas interminables han de tener alguna compensación.
Pasamos por Pontevedra, pero en esta ocasión no me interesa parar. Diviso La Peregrina (*) y vamos viendo las rías bajas, todas tan rojas, exuberantes y llenas de vida, pero tan contaminadas.
De Pontevedra a Santiago hay una decena de pueblos o de ciudades que merecerían una visita religiosa-gastronómica, pero esto se hará en otra ocasión con un automóvil. No se puede tener todo, al menos no todo a la vez.
Tampoco nos apeamos en Santiago. Queremos llegar a La Coruña donde nos espera una buena cena
y una buena cama. Estamos exhaustos, pero nos reharemos.
(*) O como dice una web de viajes:
"La Peregrina, una capilla barroca en forma de concha de vieira con fachada convexa que alberga la imagen de la Virgen de la Peregrina, patrona de la ciudad"
Los zarpazos del cansancio
"Hay que superar los primeros zarpazos del cansancio" me digo ya sentado sobre el césped al pie de las murallas romanas de Lugo. No se pueden hacer más cosas en menos días. Dido resiste como una brava fenicia, nunca se queja, come bien, bebe con moderación y es atenta sin ser empalagosa. Es decir, facilita las cosas al penitente, que arrastra sus cien kilos por toda Galicia sin usar patinetes. No cogimos ni un sólo taxi en 15 días. Y ni una sola ampolla en los pies... el penitente lleva casi toda España pateada, ha conocido muchos dioses y todos auténticos, observa y deambula como un pretor romano castigado en la Lusitania.Pero en el fondo sonríe, porque nos espera un fabuloso yantar en O verruga, con una deliciosa ternera gallega, que es algo serio. Y vino tinto gallego, que ya empieza a ser bueno de verdad.