INÉS BAUCELLS
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Explica John Irving (Exeter, New Hampshire, 1942) que antes de publicar su primera novela, antes siquiera de escribirla, ya tenía la sensación de que estaba pasado de moda. A un paso de extinguirse como escritor. “Cuando tenía veinte años, pensaba que las novelas que quería escribir ya estaban extinguidas; todos mis héroes literarios del siglo XIX estaban pasados de moda, algo que me generó cierta inseguridad en mis comienzos”, confiesa. Ahora, sin embargo, contrece novelas amontonadas en esas espaldas de exluchador profesional y un pulso narrativo especializado en agarrar al lector por los tobillos para arrastrarlo a las profundidades de su turbulento universo, Irving no hace más que bendecir lo acertado de su
elección.“Ahora sienta bien ser un dinosaurio”, asegura.
Y, por si queda alguna duda, lo justifica: “Cuando escribes como Dickens o Melville, nadie te puede acusar de imitar el estilo, ya que son héroes fallecidos hace 100 años, y nadie puede escribir igual que ellos. El lenguaje tiene que ser necesariamente diferente”, asegura un autor que, tirando de ese hilo dickensiano, ha acabado llegando a “Personas como yo” (Tusquets), nueva ramificación en esa serie de autobiografías alternativas en las que el estadounidense se imagina a sí mismo obedeciendo a todos sus impulsos adolescentes y tomando otros caminos.
En este caso, ese camino le ha llevado a encontrarse con Billy Dean, un joven bisexual que busca e su identidad sexual y emocional a través de medio siglo de historia norteamericana, un viaje con epicentro en Vermont y puntuales escapadas a Viena o al barrio madrileño de Chueca. Una nueva vuelta de tuerca a la sexualidad explícita y a las vidas desenfocadas que el autor de "Hasta que te encuentre" ciñe aquí a lo que él mismo define como “minoría dentro de una minoría”.
«Outsiders» e intolerancia
“Siempre me han interesado los 'outsiders', y la concepción de este libro están basada en minorías dentro de minorías. No hay duda que, en los años 50, los bisexuales y transexuales lo eran”, apunta Irving, para quien “Personas como yo” es su cuarta novela explícitamente política –las otras tres serían “El mundo según Garp”, “Oración por Owen” y, cómo no, “Príncipes de Maine, Reyes de Nueva Inglaterra”, origen de la oscarizada “Las normas de la Casa de la Sidra- al abordar frontalmente la intolerancia sexual.
“En realidad, todas mis novelas son explícitas, ya que son una reacción a la rigidez hacia la sexualidad que existe en mi país. Es por eso que irritan y ofenden a la parte más conservadora de la sociedad americana”, añade un autor que no tiene reparos en desvelar que el momento de empezar en escribir “Personas como yo” supo que el tercero de sus hijos era homosexual. “Durante los ocho o nueve años que tuve esta novela en la cabeza, no tenía ni idea de que tendría un hijo homosexual, pero cuando empecé a escribirla, en 2009, ya lo sabía, así que pensé que aunque no nadie entendiese este libro, por lo menos sí que tendría un lector ideal”, explica.
El azote de Hemingway
La novela, que arranca en los años 40 en Vermont y va sumando décadas en clave de tragicomedia, cambia de tono en cuanto llegan los años y aparece en escena el virus del sida y sus devastadores efectos. “Todo se corta de raíz con la llegada de la epidemia. Fueron tantos los miles de jóvenes que murieron, jóvenes que estaban en el alba de su vida… Ronald Reagan no pronunció la palabra SIDA ni una sola vez durante sus años de mandado, así que espero que la historia le condene como el presidente más irresponsable de la historia de Estados Unidos. Y eso que no ha habido presidente que haya conocido a tantas personas homosexuales como él, que había sido actor. ¡Las personas que se estaban muriendo eran sus antiguos amigos y colegas”, relata el escritor.
Fiel a sus referentes y defensor a ultranza de unos orígenes literarios que sitúa tanto en Dickens, Hardy y Melville como en el teatro deSófocles y Shakespeare –“mi madre era apuntadora de teatro y yo crecí empapándome de todo eso”, asegura-, Irving rechaza la idea de que se esté volviendo más radical conforme suma años y novelas, aunque cualquier lo diría viendo la llave de lucha grecorromana con la que despacha la simple mención de Ernest Hemingway.
“Siempre he odiado a Hemingway. Me causaba vergüenza como escritor y como hombre. Y su manera de representar la masculinidad me parece un chiste. Él no era boxeador, era un alcohólico sobrevalorado que, además, es responsable de la ola literaria de todos sus imitadores. A mí me gustan las frases largas y los personajes complejos, y la mayor profundidad que consiguió Hemingway fue crear un personaje que era incapaz de tener una erección. Así que Hemingway es el mayor fraude de la historia. Como hombre y como escritor”.