Emplean una jerga impersonal y elitista, pero es debido a que no saben escribir
Dos problemas de una sintaxis modal: la construcción superlativa y el verbo ‘parecer’”; “El manejo de las contradicciones dialectales entre lo público y lo privado en las parejas lesbianas”; y “L-aminoácido oxidasa. II. La disociación y la caracterización de sus subunidades”. Sí, estos tres artículos académicos existen. No hay más que echar un vistazo a cualquier revista científica para comprobar que gran parte de los textos, empezando por sus titulares, distan mucho de ser atractivos para el lector medio. ¿Es que la investigación académica no necesita llegar al gran público, dado que su único destinatario es la comunidad universitaria, o son las propias convenciones de estilo las que se imponen en el lenguaje de los investigadores?
Ininteligible para los propios profesores
La profesora universitaria e investigadora Helen Sword, profesora asociada en el Centro de Desarrollo Académico de la Universidad de Auckland, ha intentado poner solución a tal problema a través de su nuevo libro, Stylish Academic Writing. El ensayo, que acaba de ser publicado por Harvard University Press, es una especie de libro de estilo académico que intenta abrir las puertas de la creatividad de los todavía constreñidos científicos. La voluntad de Sword es, ante todo, “animar a los académicos que quieran escribir de manera más atractiva pero sientan miedo ante las
consecuencias de violar las normas académicas”. El problema más frecuente, señala la autora, es que las fuentes de inspiración de la mayor parte de investigadores son otros estudios, sus directores de tesis y sus colegas, de manera que el proceso se retroalimenta a sí mismo.
La mayor parte de trabajos académicos están muy mal escritos“Es una jerga aburrida e impersonal”, señala Sword en su libro, “donde todos los intentos de aprender algo nuevo se ven saboteados por una jerga gratuita y una sintaxis serpenteante”.
Esta problemática no afecta únicamente a los legos en la materia, sino también a los propios profesores, que en muchos casos se encuentran con unos trabajos difíciles de comprender debido a que el estilo empleado por los posgraduados intenta emular el de los investigadores sin conseguirlo, como recuerda Sword. Este aprendizaje imitativo no se refleja tan sólo en el estilo, sino también en el contenido: gran parte de la producción académica se mueve en los márgenes que investigaciones previas han delimitado, por lo que en contadas ocasiones son capaces de aportar nuevas ideas. Sword señala que al principio atribuyó su incomprensión de los textos a “mi ignorancia en dicho tema”. Pero pronto comenzó a recibir el apoyo de sus compañeros, que “confirmaron rápidamente mi sensación acuciante de que la mayor parte de trabajos académicos están, por decirlo en plata, muy mal escritos”.
Olvidando al lector
Impersonalidad, sintaxis atropellada, oraciones inacabables y abuso de los conceptos abstractos. Estas son para Sword algunas de las características que definen el estilo empleado por los académicos, y que dificultan la comprensión de unos textos que, en muchos casos, ocultan sus carencias conceptuales bajo un barniz retórico. Por ello, la autora ha propuesto una serie de consejos que quizá no podrían ser aplicados a todos los campos, ya que hay que considerar que no existe un modelo universal de estilo, sino que este depende en gran parte de cada país: el mundo anglosajón se encuentra mucho más abierto a adoptar fórmulas del estilo periodístico que el europeo. Por ejemplo, pocos investigadores nacionales se mostrarían dispuestos a titular un artículo con el nombre de Love in the time of Tamagotchi, tal y como hizo Dominic Pettman, considerado como uno de los grandes eruditos en la sociología de las redes sociales.
Hay que facilitar el trabajo al lectorSword propone una serie de consejos para aquellos investigadores que quieran hacer más llamativos sus textos académicos ya que, recuerda, “entre la gran cantidad de trabajos que se publican, aquellos que muestren un estilo accesible destacarán sobre el resto”. La profesora recomienda utilizar un titular llamativo, en muchos casos una apelación al lector o una pregunta provocadora, más que un encabezamiento descriptivo y largo: ya habrá ocasión de desarrollar dicha tesis en el texto. Sword también señala que es importante comenzar con una historia o anécdota sencilla de comprender, que llame la atención del lector y lo introduzca en materia; emplear un estilo personal aunque se evite la primera persona para que el artículo “no parezca haber sido escrito por un robot”; vigilar los verbos, ya que es en ellos donde se encuentra el sabor del texto; atender a los detalles y pulir cada frase para evitar los formulismos vacuos; y por último, facilitar el trabajo al lector, es decir, expresarse con la claridad suficiente para que este no tenga que volver a leer cada párrafo. Todos ellos, curiosamente, son consejos que podrían aplicarse al periodismo. Lo que plantea la pregunta de si no estará devaluándose la academia para llegar a un público que quizá no le corresponda.
Los filósofos disienten
Sin embargo, no todas las discusiones académicas se muestran de acuerdo en que sea necesario reelaborar el lenguaje empleado para conseguir llegar a una audiencia mayor. En Just Being Difficult? Academic Writing in the Public Arena, los editoresJonathan Culler y Kevin Lamb señalan que las acusaciones de “mala escritura” y “elitismo” del mundo académico, especialmente en lo que concierne a la filosofía, ocultan una crítica al conocimiento universitario. La polémica a la que aluden los autores en el prólogo de su libro es la que tuvo lugar después de que el editor jefe de la influyente revista Philosophy and Literature se quejase por recibir artículos “infumables”, definidos por su “fealdad” y “opacidad”. En muchos casos, estos textos provenían de algunos de los filósofos más reputados en el mundo literario. Los autores señalan que la misión de un texto de estas características no es ser entendido por un público masivo, sino contribuir al conocimiento en el área que trate dicho texto. Para la audiencia general ya existen otros formatos como el ensayo, el texto periodístico o el libro de divulgación.
Es importante no entender nada, porque eso reafirma en su posición a los críticos“Las acusaciones de oscurantismo provienen de la convicción de que este es innecesario”, señalan Culler y Lamb. “La indignación moral aparece frecuentemente en estos casos. Decir que algo es incomprensible presupone que el escritor debería expresarse en términos familiares para el lector, quien se empecina de antemano en no entender nada, puesto que esto lo reafirma en su posición”. Culler y Lamb emplean el ejemplo de un traductor comunicándose con una persona monolingüe para ilustrar su tesis: puesto que el primero tiene la capacidad de utilizar el idioma del otro, y no al revés, es de esperar que sea el traductor el que se adapte a la otra persona. Lo mismo ocurre en la crítica planteada a los círculos académicos, que exigen una adaptación comunicativa aun a riesgo de debilitar el poder de su discurso.
La tesis desarrollada por los filósofos apunta, sin embargo, a una causa más profunda que se encontraría bajo estos ataques al estilo académico. La transformación de los estudiantes en consumidores y las universidades en empresas conlleva que sea necesario que los profesores e investigadores bajen su nivel para adaptarse a los jóvenes, no al revés. Es la crítica planteada a un sistema educativo donde “se anima a posponer todas las dificultades” y en el que el poder de los críticos no se encuentra en su conocimiento, sino en la falta de él. En definitiva, el cliente siempre tiene la razón.