Me voy poniendo viejo y las fuerzas ya no me acompañan hoy como ayer. Sobrevivir a una resaca es cada vez más duro, y si antes resurgía durante el almuerzo ahora ya me cuesta un par de días volver a estar en plenitud de facultades. Plenitud es un forma de hablar, claro. Con el tiempo he aprendido a querer más y mejor a mis amigos, las conversaciones son cada día más intensas y agradables, hemos afinado el instrumento de la amistad de un modo admirable, la ternura y la complicidad fluyen sin tener que convocarlas y las noches en que nada es urgente y puede uno quedarse en el bar hasta las 4 de la mañana son uno de los más bellos regalos. Tirsa. Gintónic british style. Manel Tirvió, mi barman.
Pero luego llega la mañana con un dolor atroz. Dolor de todo, el cuerpo en error total, ningún ibuprofeno puede ya curarme ni anularme las ganas de vomitar. Soldado de la batalla perdida de la vida, han matado a mi caballo. Cada vez con menos gintónics acabo despertándome en un estado completamente deplorable, y como la conversación fue eufórica y la noche fantástica no supe darme cuenta de cuándo pasé de la sobriedad a la siembra del desastre.
Yo nací, perdonadme, en 1975, y aunque algunos dirán que eso no es nada, he notado de un modo alarmante como ya mi cuerpo no aguanta el ritmo de mi alma. La exigencia física que supone tener una hija de un año es considerable, y cuando por la noche no he descansado y tengo que