martes, 7 de diciembre de 2010

El soldadito de El Aaiún, por Arturo Pérez-Reverte



Lo que voy a contarles ocurrió hace treinta y cinco años exactos, casi día por día, en diciembre de 1975; pero me acuerdo bastante bien. Es una historia que en su momento -yo era un jovencísimo reportero, enviado especial del diario Pueblo en el Sáhara desde hacía ocho meses- no me dejaron publicar. No eran buenos tiempos ni para la libertad de prensa ni para otras libertades, pero uno se las apañaba allí lo mejor que podía. Aunque en esta ocasión no pude. Recuerdo el episodio con mucho sentimiento, por varias razones. De una parte, los últimos sucesos en el Sáhara le dan, para mí, especial significado. De otra, algunos testigos fueron muy queridos amigos míos. Casi todos de los que tengo memoria están muertos, excepto el entonces capitánYoyo Sandino, de la Policía Territorial, que creo estaba presente. Yo mismo viví la última parte del episodio; pero ya no recuerdo quién más estaba allí, aparte del teniente coronel López Huerta y el comandante Labajos, ya fallecidos. Acababa de morir Franco, y España entregaba el Sáhara a Hassán II. El Aaiún era una ciudad en estado de sitio, con toque de queda, cuarteles y barrios en poder de los marroquíes, y otros aún bajo autoridad española. Uno de éstos era Casas de Piedra, feudo del Polisario; la custodia de cuyo perímetro, rodeado de alambradas y caballos de Frisia, correspondía a la Policía Territorial. En sus sectores, la gendarmería real y las tropas marroquíes se comportaban con extremo rigor. Había innumerables detenidos. Y cada día, muchos jóvenes saharauis, así como veteranos de Tropas Nómadas y de la Territorial, huían al desierto para unirse a la guerrilla que ya combatía en las zonas abandonadas del este. 

Aquella noche, una patrulla marroquí que pasaba cerca de Casas de Piedra fue tiroteada desde el otro lado de la alambrada. Los dos soldaditos españoles de guardia a la entrada del barrio -reclutas de mili obligatoria, destinados forzosos al Sáhara como policías territoriales- se apartaron de la luz, inquietos, y se quedaron allí hasta que hubo ruido de motores con resplandor de faros, y varios vehículos se detuvieron en el puesto de control. De ellos bajó nada menos que el coronel Dlimi, comandante general de las fuerzas marroquíes en el Sáhara, acompañado por todo su estado mayor y una sección de soldados de las fuerzas reales. Todos, incluido Dlimi, venían armados con fusiles de asalto, y estaban dispuestos a entrar en Casas de Piedra y arrasar el barrio como represalia por los tiros de media hora antes. Imaginen la escena: la noche, los faros iluminando la alambrada, el coronel en contraluz con todas sus estrellas y galones, y los dos soldaditos con todo aquello encima. Acojonados. 

Lamento no recordar sus nombres, o tal vez no los supe nunca. Pero esto fue lo que hicieron: mientras uno de ellos echaba a correr hacia donde tenían la radio para avisar a sus jefes, el otro tragó saliva, se cuadró y les dijo a los marroquíes que no pasaban -yo conocí a su oficial superior, el eficaz y duro teniente Albaladejo, y estoy seguro de que el chico prefirió vérselas con ellos antes que con el teniente-. Como pueden ustedes suponer, Dlimi se puso hecho una pantera. A gritos, descompuesto, mandó al territorial que se quitara de allí o le iban a pasar por encima. Tengo órdenes de no dejar entrar a nadie, dijo éste. No sabes con quién estás hablando, etcétera, aulló el otro. Luego blandió su arma e hizo ademán de cruzar la alambrada, seguido por todos los suyos. Fue entonces cuando el soldadito dejó de ser lo que era, un humilde recluta forzoso que hacía la mili en el culo del mundo, para convertirse en otra cosa. En lo que juzguen ustedes que fue. Porque en ese momento, casi con lágrimas en los ojos y temblándole la voz, montó su fusil -clac, clac, chasqueó el cerrojo al meter una bala en la recámara- y le dijo en su cara al poderoso coronel Dlimi, jefe de las fuerzas marroquíes en el Sáhara, estas palabras extraordinarias: «Mi coronel, por mi pobre madre que, como alguien pase de ahí, le pego un tiro». 

El aviso me pilló en el bar del cuartel de los territoriales, y a Casas de Piedra me fui, quemando neumáticos en el Seat 600 con el cartelPrensa que teníamos alquilado a medias Pedro Mario Herrero, del diario Ya, y el arriba firmante. Tuve así oportunidad de asistir al último acto del episodio, cuando llegaron los jefes españoles y tras una tensa negociación lograron que Dlimi se retirase con su gente. En cuanto al soldadito que le paró los pies salvando el barrio de una represalia, no eran, como digo, tiempos para la lírica. Me temo que la única recompensa que obtuvo aquella noche fue el cigarrillo Coronas que el comandante Labajos le ofreció de su paquete, la palmada en la espalda del teniente coronel López Huertas y esta página en la que hoy lo recuerdo.


Semanal XL

jueves, 18 de noviembre de 2010

Vendrá la muerte y tendrá tus ojos, Cesare Pavese



Vendrá la muerte y tendrá tus ojos-
esta muerte que nos acompaña
desde el alba a la noche, insomne,
sorda, como un viejo remordimiento
o un absurdo defecto. Tus ojos
serán una palabra inútil,
un grito callado, un silencio.
Así los ves cada mañana
cuando sola te inclinas
ante el espejo. Oh, cara esperanza,
aquel día sabremos, también,
que eres la vida y eres la nada.

Para todos tiene la muerte una mirada.
Vendrá la muerte y tendrá tus ojos.
Será como dejar un vicio,
como ver en el espejo
asomar un rostro muerto,
como escuchar un labio ya cerrado.
Mudos, descenderemos al abismo.

sábado, 6 de noviembre de 2010

Cuando Ibiza perdió su aura


Ay del pueblo que por sus malas obras consigue agotar sus aguas subterráneas o romper la vía natural de los arroyos.
Cuando una región queda sin agua en las entrañas, entrega su vida y su futuro a la nada. Que se lo cuenten a Ibiza.
Aquella noche que sueñas aguas vivas, amaneces más alegre y más ufano. 
Un pueblo que estropea sus aguas o pierde la salud de sus aguas, firma su sentencia de muerte. 
Por eso yo sueño a menudo con el agua perdida y entonces me despierto nublado y torpe.
Sólo recompondré la figura al conseguir un sueño de vida, con aguas frescas, vivas, cristalinas.
Han intentado explicarme el significado psicoanalíticamente, pero siempre he rehusado esta visión técnica, cuando yo sé que mi visión es telúrica y es un sueño fenicio que se retrotrae a miles de años de antigüedad.

Ahora Ibiza está sin aura, como en un maleficio.
¿Cómo romper el hechizo?

martes, 2 de noviembre de 2010

The last ressort, Paul Richardson, The Independent

When Paul Richardson moved to Ibiza, he thought he had found the island of his dreams. But then came the tourist boom. And, in its wake, the drugs, the corruption, the money-laundering. A decade later, he's finally decided it's time to move on. Here, he explains how it all went wrong on paradise island.


Sunday, 15 April 2001


A deserted beach, the sea beyond it a blue so intense it is almost painful to the eyes. Olive groves, vineyards, a whitewashed farmhouse, and a shepherdess in traditional garb, tending her flock.
A deserted beach, the sea beyond it a blue so intense it is almost painful to the eyes. Olive groves, vineyards, a whitewashed farmhouse, and a shepherdess in traditional garb, tending her flock. The pictures in the brochure represent the dream of a Mediterranean landscape in all its pristine perfection, unpolluted and uninhabited, except by picturesque peasants and shiny, happy club kids. Beauty and pleasure in unlimited amounts. It sounds like paradise. It looks like paradise, until you remove the rose-tinted spectacles.
The airbrushed images used in the marketing of tourist hot spots have never had much bearing on reality. In the case of Ibiza, however, they can only be described as a grotesquely distorted version of the truth. Unless you are coming from some grey city in northern Europe for a week's sun and fun in the summer, this Spanish island is no earthly paradise but a small community with serious environmental and social problems caused, in part, by its very success as a tourist destination. To put it another way, Ibiza is an example of what can go wrong when a society that has lived in poverty and isolation for centuries is suddenly presented with an opportunity to make a great deal of money very quickly, and, 40 years later, seems unwilling to recognise that the party may be nearly over.
The facts are there for anyone to see, if only they can detach themselves from their dreams for long enough to see them. During the decade I have lived in Ibiza, the destruction wreaked on the island has been unrelenting. Tourism has increased year on year to the point where we now receive two million visitors a year, placing the island's scarce natural resources under unbearable strain. Excessive and inappropriate building, the scourge of many a nouveau-riche economy, has scarred huge swathes of coast and countryside. Conservation has been the last thing on anyone's mind in these gold-rush years, and the few remaining areas of virgin landscape are only half-heartedly protected. Sites of ecological and/or cultural importance, if they are not already built on, are rubbish-strewn and forlorn.
It was not ever thus. In 1953, Sandy Pratt, a garden designer, arrived on the weekly ferry from Barcelona and is still here, living quietly in a flat in Ibiza City. He remembers being stunned by the delectable beauty of an island so remote that even mainland Spaniards had never heard of it. "It was primitive and innocent and it was the most perfect place I'd ever seen," he says. "There was no asphalt, no cars, no rubbish, no cement. The entire island was like one enormous garden, with 30,000 gardeners to tend it. There wasn't anything that wasn't beautiful. I was aware that I would have to make the most of this idyll, because it couldn't possibly last."
When I myself first arrived here in 1989, if not quite stunned, I knew I had stumbled on something special. My village, the quaintly named Santa Gertrudis, consisted of a church, a cluster of bars and modest village houses around a tiny square. The foreign presence was limited to a handful of expats, mostly first-wave hippies and elderly bohemians, who pitched up at Can Costa to while away the morning over cafe con leche, stirring themselves eventually to visit the fax and telephone bureau across the way. Communications in rural Ibiza, in the last decade of the last century, were still improbably poor. No one I knew in those days had a phone line, and mobile phones, e-mail and the internet were still undreamed of sophistications. Many of the incomers lived in ancient whitewashed farmhouses without electricity or running water, paying nominal rents based on antiquated contracts.
Mass tourism had been Ibiza's over- whelmingly dominant industry for more than 20 years. Subsistence agriculture, which over centuries created the island's landscape of terraced fields and dry-stone walls, had been left in the care of a few elderly farmers who struggled to maintain it. The ibicenco population was already in a minority of 35 per cent, after immigration by guest-workers, mostly from Andalucía, brought over during the Sixties and Seventies to fill the demand for builders, waiters and chamber-maids. Wealthy Germans, British, French and Italians had made inroads into the market for farmhouses which they would swiftly modernise, surrounding them with English lawns and Moroccan palmeraies. The big discotheques were up and running, but the commercial possibilities inherent in the combination of rave music and MDMA had yet to be fully exploited.
The late Eighties were lean years for tourism in Ibiza. The lager lout phenomenon in San Antonio ­ unforgettably associated, for me, with the biting off of a policeman's ear by an English tourist in the summer of 1990 ­ brought the island some of the worst publicity it would receive until Ibiza Uncovered. A deep recession in northern Europe exacerbated the situation. For a year or two, visitor numbers actually fell. It seemed that mass tourism was on the decline, and that Ibiza might have to look for a more intelligent way of exploiting its natural and cultural resources. There was talk of year-round tourism, and of a turismo de calidad ("quality tourism") that would bring in the middle-class market with its far greater spending power. Some effort was even made, cynically enough, to promote Ibiza and Formentera as a paradise of "green tourism", verdant and unspoilt.
But then came the fat years, and this minor existential crisis was swept away by a wave of gleeful commercialism. The economic boom of the Nineties had been underpinned by tourism but boosted massively by the island's other great powerhouse industry: construction. In part, the building boom is a simple response to demand: more tourists mean more hotels, more apartments, more rural second homes, a bigger airport. It is also partly explained by the imminent arrival of the euro, which has forced those in possession of black money to launder it speedily ­ and nothing washes whiter than real estate.
Either way, its effects are unmistakable. In 10 years, the island's charming capital (affectionately known as Vila) has sprawled chaotically in all directions, an uncontrolled mess of cheaply built apartment blocks. The former fishing village of Santa Eulària, now one of the island's major resort towns, continues to spill northwards towards Es Canar, creating a miniature Costa del Sol along the east coast. Controls over building quality and aesthetics on land officially categorised as suelo urbano (urban land), which includes large stretches of coast, are so vague as to be meaningless ­ and it shows.
Out in the countryside, it is a similar story. The various governments of the Balearic Islands last year jointly declared a controversial moratorium on building in suelo rustico. But it has come too late. Formerly rural parts of southern Ibiza are now so built-up they resemble American suburbs ­ indeed local author Mariano Planells claims the island is now more a kind of "garden city" than a rural environment per se. The whitewashed organic forms of the traditional farmhouse, with its mysterious whiff of the Orient, have given way to the bourgeois chale, replete with balustrades, swimming pool and fences patrolled by snarling Rottweilers. The new urbanizaciones (to use the richly expressive Spanish term) ranged around the old centre of Santa Gertrudis are an especially sad example of urban planning applied to the rural context with, in my view, disastrous results. The houses in Sa Nova Gertrudis are a Marbella-style fantasy of suburban luxury, picked out in a peculiar shade of brown masquerading as ochre, while the asphalt roads, built on a grid pattern, are dotted with the usual street furniture of piles of rubble, futuristic street lamps and dead fruit trees dusted with cement.
Many of the changes in Ibiza's modus vivendi over the past decade boil down to sheer demographics. The resident population in 1998 was 84,220, following an increase of 10 per cent over the previous 10 years, and may now be nearer 100,000 (of which a 10th, incidentally, are non-Spanish). Current predictions suggest that if all available suelo urbano is built on, as seems likely, a ceiling of 125,000 may soon be reached. Take that thought and add to it another: on an average day in high summer, a quarter of a million people, tourists and residents, are crammed on to an island just 40km long and 20km wide. On average, 1,400 new tourist beds are made available every year, adding to the super-saturation.
The recent history of the island's famous nightclubs is proof of a fine old ibicenco saying, "s'ha perdut per massa" ­ loosely translated as "too many cooks spoil the broth". The original discotecas of the late Eighties were ridiculously glamorous and madly hedonistic, part of the dolce vita of post-Franco Spain. What made them remarkable was both the variegated nature of their clientele ­ jet set and hippies and fashion folk and locals ­ and their atmosphere of unbridled fiesta, which was only partly drug-induced. It is a complex tale, but two main factors have led to their demise in the late Nineties: the arrival of the English as supreme masters of the scene, converting Ibiza clubbing into a multi-million-pound industry, and the massive abuse of drugs (notably ecstasy) among the teenagers that are today's club cannon fodder.
The scale of the debauchery at superclubs like Space, which opens at 8am and closes in the afternoon, is not a pretty sight ­ the gurning faces, the young people staggering dazedly around the fringes of the dancefloor or lying in sweaty comatose heaps on the terrace. "I miss the smiles, the sparkle in people's eyes," says Vera Shell, a Brazilian party organiser who has spent 15 years as a queen of the Ibiza night. "The nightlife here has lost its charm. There is no art in it any more. The discos are entirely and exclusively about consumption, to such an extreme that the point of the party is just to get as drugged up as possible."
Ibiza was always an island of excess. DJ José Padilla, godfather of the Café del Mar chill-out scene, arrived in 1975, when island nightlife "had nothing to do with today. It was wilder. People were less materialistic, more human. Now you wonder whether they are people or robots. You see them file into the clubs, and they come out empty. I feel they're manipulated by the club industry, by the clubbing magazines, by the drugs. The drug thing has gone too far. Did you know there's a new drug around and if you drink alcohol with it you die? And this is what they call having a good time?"
But now Ibiza also has the disease of affluence: as a society, it simply consumes and discards too much of everything. In 10 years, the number of cars on Ibiza has risen by 52 per cent, so that there are now more cars than people ­ the highest such ratio in the whole of Europe. In high summer, the island's two main roads (Ibiza-San Antonio and Ibiza-Santa Eulària) are having to support a density of 30,000 vehicles a day: twice the advisable limit for roads of this size. Ibiza consumes more electricity and produces more rubbish per head of population than anywhere else in Spain. In August last year, the island generated more than 400 metric tons of garbage every day ­ a 10 per cent increase on 1999. Most of this refuse ends up at a gigantic dump at Cala Llonga which has been recently condemned by the European Commission for its contamination of the water table. Under European law, Ibiza is supposed to recycle at least 25 per cent of its domestic waste by 2004. So far it can barely manage 3 per cent.
Those residents with long memories remember that, once upon a time, the island was rich in water. Streams babbled across the landscape; springs bubbled out of the rocks. There was even a river that ran all year round ­ the Riu de Santa Eulària, still sadly signposted as you cross the dusty river bed. Tourism has sucked the island dry. There has been no river for 20 years, and most of the springs have disappeared. Of all the problems Ibiza faces, potentially the most serious is water ­ or the lack of it. If it weren't for two new desalination plants in San Antonio and Ibiza City the situation would already be desperate. Of the seven underground water sources supplying the island, five have been so over-exploited that sea-water has seeped in, rendering the water undrinkable and unsuitable for irrigation. It is illegal to sink new wells without permission, yet they are still being dug all the time, reaching ever deeper into the rock. My neighbours on the farm next door are digging as I write, the heavy machinery making the mountainside quake and groan. Word in the village is that they have reached 200m and still not found water.
It is now nearly April and the dust whirls around the parched fields. It hasn't rained properly since last autumn, and my almond trees are suffering. Some have already died, and many more will perish in the coming months. While this winter in mainland Spain, agricultural land has been laid waste by flooding, here it has been frazzled by the worst drought in living memory. Here on my smallholding in the far north of the island, one of the last corners of Ibiza relatively untouched by development, I have watched in despair for the last three years as successive crops of beans, wheat and barley have struggled to germinate and then shrivelled in the bone-dry winter wind. Already the drought and the weird weather patterns seem like a harbinger of climate change. How much further the process will go is anybody's guess ­ perhaps to full-scale desertification, as is already happening in parts of Almería and Murcia on Spain's south-east coast.
But the social climate of the island, famously benign, is changing too. For years the curiosity and tolerance of the ibicencos ensured that a certain equilibrium prevailed between local and expatriate populations. Equally, locals were as happy to sell off their crumbling farmhouses for astronomic prices as foreigners were happy to take them off their hands. But something had to give. With the morality that comes with new money, the ibicencos are more likely than ever to disapprove of foreign fecklessness. Traditional rural culture, the island's psychological cornerstone, is finally dying, and ibicenco society feels increasingly sullen and anxious. Spray-painted graffiti that has begun appearing in Catalan on walls and buildings: "No more land to be sold to the Germans. Don't sell your heritage." It may be the work of mischievous kids, but it is my sense that more and more ibicencos share that view. "The land isn't for us country people any more ­ it's only for the rich foreigners who fence in their farms and tell the locals to get lost if they come too close," says Toni Ferrer, a farmer near the German enclave of Sant Carles.
In the face of all this gloom, what the island needs are political solutions. And political solutions are what it voted for in the local elections of June 1999 when, in a historic overturning of the right-wing Partido Popular (PP) that had governed the island since the death of Franco, the Pacte Progressista was swept to power. Earlier that year, the population had turned out in force to demonstrate against a proposed golf course at Cala d'Hort, a beauty spot on the south-west coast opposite the much-photographed rock of Es Vedra. But the protest was as much about reckless and unsustainable development in general as about any act of urbanismo in particular. In an opinion poll that year no less than 81 per cent of those questioned said they opposed any further increase in tourism.
A loose coalition of socialists and Greens headed up by a brilliant young lawyer named Pilar Costa, the Pacte Progressista seemed to offer a way out of the impasse. Many voters saw Costa and her friends as the last chance saloon, if Ibiza was to retain anything of the quiet beauty that attracted the tourists in the first place. Two years on, however, the new regime has had little real success. The Cala d'Hort project was promptly quashed, and certain other dubious urbanizaciones have been put on hold. But the controversial enlargement of the port of Ibiza, which rides roughshod over the majority of island residents who rejected it from the start, has been allowed to proceed, threatening the wholesale uglification of one of the Mediterranean's loveliest harbours.
Meanwhile, areas of outstanding natural beauty and/or historical importance are still awaiting proper protection. To give just one of many possible examples: behind the disco Pacha, not many E-addled clubbers know that there is a wetland whose irrigation channels and stone arches were built by the Arabs over 800 years ago. Ses Feixes is now a depressing wasteland, utterly abandoned, its canals choked with refuse and supermarket trolleys. Two Arab arches were recently demolished by an errant bulldozer. Down-and-outs have turned another into a makeshift dwelling. The area has been promised a recovery plan, but as yet nothing has been done.
The Pacte is generally perceived to have been a failure. In reality, its best efforts have been stymied by the arrogance of the construction and tourist industries, the furious opposition of the PP in the town halls where they are still the dominant party, and by a legal system of such Dickensian sluggishness and complexity that conservationist legislation is made almost impossible to enforce.
Society may have changed its attitude to development, but the construction and tourist industries have assuredly not. The so-called ecotax, a modest levy on tourists arriving in the Balearic Islands ­ the money going towards environmental and restoration projects ­ has had hoteliers and tour operators up in arms. The moratorium on building in suelo rustico is both hugely resented by the town halls and patently flouted by them, as anyone can see from the turreted and balustraded villas that continue to sprout like toxic mushrooms on the hillsides.
What, then, is the future for Ibiza? If the Pacte is unable to stop the rot, it is not one I would care to be around for. In the short term, there could be trouble ahead. Last summer saw cuts in the water supply at some tourist resorts. This year there will be more, not to mention more dry or salted wells, more dead trees, a greater risk of forest fires, and a greater sense of despondency among long-suffering rural ibicencos. The longer term is harder to predict. In the worst of all worlds, if beach tourism goes out of fashion with rising summer temperatures, and ecstasy-based clubbing falls from favour, the island could face, at the very least, a dramatic turnaround in its economic fortunes. Ibiza needs to wake up and smell the cafe con leche.
For many of my foreign friends and neighbours, the dream of Ibiza is still very much alive. "Ah, but isn't this still a beautiful island?" they ask rhetorically, a little wounded by the suggestion that it may not be. They do not all have the long view of Sandy Pratt, who will shortly be celebrating his 50th year in Ibiza. Sandy is fully conscious of the island's problems ­ apart from anything else, the water problem will become a major issue for the island's gardeners ­ but knows from experience that a person can get used to anything. "There used to be the most wonderful avenue of trees, along the road to Santa Eulàlia. When they were building the new road they had to pull them up. I said if they ever pulled them up, I'd leave the island. Well, they pulled them up. And I'm still here," he shrugs.
As for me, I am voting with my feet. By the time you read this, I will be on my way westwards with all my worldly goods, to a part of Spain almost as little known, uncontaminated and cheap as Ibiza was in the Fifties, before greed and lack of vision brought the island to this pretty pass. Where I am headed is a place of copious water ­ as Ibiza used to be. Streams and rivers run through the landscape all year round. After centuries of poverty, the region is poised for economic growth, but its leaders appear to have realised that the change must be carefully managed. Tourism will be small-scale and high-quality. Agriculture has always been traditional and organic, and therefore faces a brilliant future.
A stable society, committed to sustainable development and turismo de calidad. Unlimited fresh water, few foreigners, and not a disco in sight. Now that's what I call paradise.

The Independent,
Gran Bretaña.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Elegía a Ramón Sijé, por Miguel Hernández



No puedo visitar a mi padre, que descansa en un cementerio de la isla de Ibiza. Estoy muy lejos. Igual está en mi corazón y en mi memoria.
Visito un cementerio de la vieja España. En la entrada me dan impresa la Elegía dedicada a Ramón Sijé, escrita por Miguel Hernández en 1936.
Un cuarteto de cuerda va desgranando adagios y temas dulces, melancólicos. Pasan los gitanos impasibles y van formando corros. Se traen de casa las sillas. Ojos llorosos y semblantes descompuestos.
El camposanto se llena de música y de flores. Luce el sol y las moscas lo agradecen, y yo también. Voy caminando por las calles de la Ciudad de los Muertos.
Cuando vuelva a casa releeré una vez más el poema de Hernández, tan rebelde y tan sentido.



Elegía





(En Orihuela, su pueblo y el mío, se
me ha muerto como del rayo Ramón Sijé,
con quien tanto quería).

Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.

Alimentando lluvias, caracolas
y órganos mi dolor sin instrumento.
a las desalentadas amapolas
daré tu corazón por alimento.

Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que por doler me duele hasta el aliento.

Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.

No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.

Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.

Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.

No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.

En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofes y hambrienta.

Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.

Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.

Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera
de angelicales ceras y labores.

Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.

Alegrarás la sombra de mis cejas,
y tu sangre se irán a cada lado
disputando tu novia y las abejas.

Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.

A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.



10 de enero de 1936

Miguel Hernández



miércoles, 27 de octubre de 2010

Madrid

Delante del Palacio de las Cibeles, usurpado por Gallardón. Los madrileños están que se suben por las paredes.


Hace más de 20 años que no dormía y pasaba una jornada entera caminando Madrid.
En los estertores de la feria ARCO, arte contemporáneo y mucho cuento, me harté de Madrid, sus huelgas, sus subidas de precios a la japonesa y las caras sombrías de una ciudad que, por regla general, suele ser muy amable.
Y ya no volví.
Entiéndame, pasé por Madrid, por su aeropuerto, por sus líneas de tren, por su estación de autobuses. Podría decirse que pasé por todas las vías de paso de Madrid... excepto por su puerto de mar. Bueno y también, si es Valencia.

Yo he sido un asiduo de Madrid durante muchos años, aunque estudié en Barcelona. A la llegada del otoño yo salía de Ibiza encantado para ver un año la feria Arco de Madrid y al siguiente la FIAC de París. Y así iba alternando.

Ahora he necesitado las dotes de convicción de mi fenicia (Mife) y he pasado cuatro días seguidos, porque el primero no cuenta: un chaparrón de ritmo moderado pero infatigable me tuvo recluido en la zona comercial y aproveché para repasar la asignatura El Corte Inglés, lleno a rebosar, pero sin ningún problema para encontrar un dependiente que te atendiera. Mucha gente y poco trasiego de dinero. Volvemos a ser pobres. A ver si Madrid recupera la sensatez y ajusta los precios. Lo dudo.
Madrid, París, Londres, Roma son capitales demasiado caras.
Yo ya les he visitado. Maravillosas, pero dejo mi sitio para un japonés.

Pero Madrid me guardaba un regalo: la exposición de la colección Tyssen, justo en el Paseo del Prado. Mife exuda entusiasmo y sudor literal: quiere fotos delante del Congreso de los Diputados, delante y dentro de la magistral estación de Atocha, que ha quedado como un acceso
humano y ameno. Quiero fotos delante del Velázquez de El Prado, delante del oso y el madroño de la Plaza del Sol.

Mife alucina por la cantidad de prostitutas jovencísimas, rubias, probablemente ucranianas que pululan por la calle Montera. No salimos de la zona: las deliciosas calles de Fuencarral y Hortaleza son el paraíso de las compras. Los modistas más jóvenes tienen su tienda en esta zona. Bueno. Mife no puede con tantas bolsas. Menos mal que tenemos el hotel en el  mismo Chueca y subimos y bajamos: parecemos turistas. Lo somos.

Por la noche toca pizza y ensalada. Extenuados.

Las jornadas se repiten y los días quedan cortos. La calle Mayor y la plaza Mayor, que tantas juergas me ha acogido, están ahora mucho más pretenciosas y muy visitadas. Llegamos hasta el final. Mife quiere entrar en el Palacio Real y por suerte otro chaparrón nos frustra la intentona. Suerte porque no hubiera soportado dos horas de brillantes estucados y lámparas de araña colgando en las paredes.

Yo quería chatear, en el sentido rústico tradicional, no en el cibérnetico o actual, aunque sale más caro que comprarse un riñón, y el mal tiempo salió en mi ayuda.
Todo igual,  los vinos, el vermut de grifo, pero las tapas que acompañan son bastante más flojitas y los precios finales endiabladamente altos.



Mife quiere ver la  catedral de la Almudena. Ya me irá bien ya, rezar un poco. Ella me saca una foto con el flash -otro pecado-  y me coge meditante y sin afeitar como el pintor Vicente Calbet.

Más tarde nos espera 'Mamma Mía' el musical de moda, que ha regresado a la Gran Vía.
Cena, vino tinto y ligero paseo por la abigarrada y colorida Chueca.

Nos hubiera gustado disponer de tiempo para seguir descubriendo este Madrid monumental lleno de arte y de vida. Pero todo se queda corto y breve.
Madrid es una capital acogedora, estupenda. Prepara unas buenas zapatillas y mucho parné. Paciencia y a barajar.

domingo, 17 de octubre de 2010

En el blog de José Barral

Cuma, Kasım 25, 2005

Mariano y su blog
[post nº 5]

foto Paco Poch (1973)Mariano algún día
en futuro pasado y... en la 'Isla del Tiempo'


Mariano Planells, perspicaz periodista y finísimo autor, ha tenido el buen garbo de incluirme en su web, con lujo de una entrada, dedicándola toda a este José Barral que, ahora, aquí escribe.

Y ya que él enlazó, además, el suyo con este sitio nuevo, encarezco y sugiero que se visite su blog: receptáculo abierto de muy gratos decires, y en donde se encontrará encantadora* gente... y muy documentada.

Desde allende esos mares que conforman el grande, este preciado Mar al que llamamos Nuestro, la concurrencia es internacional. Mas... ojo con 'Estulticia', que también es nación... (y ya no digo más).

Muñidores del verbo, fabricantes de besos y gestores de versos...
¡Embeleso total!

hacer click aquí, para ver al que escribe en la senda (1986)
conductor de elefantes en la senda del viento

Mariano, de suctora probóscide, es apóstol azul de Utopía Insular y milita en mi equipo, el llamado AMQ (de 'Amigos Muy Queridos').
______
* 'encantador' 2. adj. figurado 'Que hace muy viva y grata impresión en el alma' (o en los sentidos)...

Blog de José Barral

viernes, 24 de septiembre de 2010

Las campanas lloran por tí

 
 
...Ningún hombre es en sí 
equiparable a una isla.
 
Todo hombre es un pedazo del continente,  
una parte de tierra firme.
 
Si el mar llevara lejos un terrón,
Europa perdería 
como si fuera un promontorio.
 
Como si se llevara una casa solariega 
de tus amigos o la tuya propia.
 
La muerte de cualquier hombre me disminuye, 
porque soy una parte de la Humanidad.  
 
Por eso no preguntes nunca  
por quien doblan las campanas, 
están doblando por ti.
 
John Donne
 
 
 
-- Versión original (en inglés)
 
For whom the bell tolls

...
No man is an island,
Entire of itself.
Each is a piece of the continent,
A part of the main.
If a clod be washed away by the sea,
Europe is the less.
As well as if a promontory were.
As well as if a manner of thine own
Or of thine friend's were.
Each man's death diminishes me,
For I am involved in mankind.
Therefore, send not to know
For whom the bell tolls,

It tolls for thee.



Sobre John Donne

viernes, 17 de septiembre de 2010

Un fenicio en Galicia (3)



Santiago y cierra España

Excursión a Santiago de Compostela. Ya esperamos que estará atiborrado de penitentes, turistas y excursionistas por lo del año Jacobeo, pero mi fenicia quiere ver Santiago. Y a mí también me encanta pasar una mañana caminando por el casco viejo y por la catedral.
Atiborrado, colas interminables, emociones a flor de piel en los peregrinos que van llegando y rompen en sollozos. La ruta de Santiago -o rutas, porque hay varias- tienen un profundo significado de superación personal, cumplimiento de promesas y procesos de reconstrucción de la  personalidad.
Nosotros llegamos en estos comodísimos trenes, que ya quisiera yo para Extremadura o Valencia.
La fenicia queda admirada por el Hostal  de los Reyes Católicos y otras maravillas.
Almorzamos.
Unas compras y regreso a nuestra adorada La Coruña.
Pesan los pies.




Es muy posible que nos animemos definitivamente a caminar todo el monte de San Pedro al día siguiente.
No hay tregua.
No me extrañaría que hubiéramos caminado 14 km, bordeando el mar y disfrutando de estas rocas características que rompen las olas apaisadas y enormes que llegan desde lo más profundo del Atlántico. MI fenicia no se queja, asombrada por la belleza, la limpieza, la señalización, la paz y la buena temperatura: disfruta profundamente de la experiencia y ello me admira a mí.

Claro que de vuelta vamos a recuperar o sea restaurar energías en una de las mejores pizzerias que he descubierto en los últimos tiempos.



Lugo o la ciudad del oro




En todas mis anteriores visitas a Galicia no había ido a Lugo ni a Orense, dos ciudades estrechamente vinculadas al oro, porque Galicia ha exportado toneladas de oro desde tiempos de los romanos, y todavía queda. Pero el oro de hoy es el turismo, que cuidan con mimo, porque es un turismo excelente formado básicamente por españoles.
A pesar de los magníficos trenes vamos a Lugo en autobús. También hay unas excelentes autovías.
Los romanos extendieron su imperio en tres continentes. Pues bien, el monumento defensivo mejor conservado de todo su grandioso imperio está en Lugo, las murallas romanas que en el año 2000 fueron declaradas Patrimonio de la Humanidad.


 La fenicia está impaciente por recorrerlas paso a paso.  No se quiere perder nada y prefiere vivir las cosas desde dentro. Un sendero bien cuidado recorre los 2266 metros de perímetro. Nosotros no las corremos como algunos autóctonos (me los imagino corriendo con el trayecto nevado, algo frecuente en Lugo, con un clima continental). Andando ya está bien.
Renunciamos al moderno Lugo.



 Las ciudades modernas de toda España son bastante parecidas, salvo algunos detalles de buen gusto. Ya tengo la norma de ceñirme a las ciudades históricas y renuncio a los barrios y arrabales modernos. Parecen fabricados en serie.


El puente romano sobre el río Miño a su paso por Lugo. La fotografía es de Manuel Gómez González.


Pero es que el Lugo histórico es impresionante. Una ciudad para pasar el verano, atravesada por el río Miño, con el número justo de turistas. Una ciudad fundada en el año 15 de nuestra era, así que va a cumplir dos mil años, bastante más joven que mi Ibosim. Pero no deja de sorprender el buen estado de las murallas, que ofrecen por cierto un centro de interpretación con datos que dejan pasmado.
Caminada por arriba o por encima, ahora toca bajar a ras de suelo y admirar su sólida estructura conseguida con esta piedra tan abundante en Galicia.

Una buena ración de iglesias, rincones y aperitivos en la plaza. Tenemos reservado en O Verruga para degustar la famosa ternera de Galicia. Para probar pedimos un solomillo y un entrecot, con un tinto gallego (siempre bebo vino tinto del lugar). Un pleno acierto.



Descansamos la comida y regresamos a La Coruña.
Nos dará tiempo de comprar las entradas para ver 'Bollywood' en el palacio de Congresos. No es gran cosa, pero al final nos zamparemos una tapa de pulpo para los dos, con este fresco vino turbio de Ribeiro (el único blanco que de forma excepcional entre en mi menú).

Nos queda todavía un recorrido excitante: Orense, Palencia, Ávila y... a casita. Quizás otro día lo cuente.

domingo, 12 de septiembre de 2010

Un fenicio en Galicia (2)

Recién llegado a La Coruña, otra ciudad de  la luz, me reencuentro con mi viejo amigo Filemón. La ciudad acoge un reputado salón del cómic.


Ya sólo me queda llegar a Galicia por mar y no descarto hacerlo algún día desde Lisboa o desde otro sitio. La llegada por mar a Vigo o a La Coruña ha de ser maravillosa.
La Coruña es como mi casa. Sin despreciar nada de Galicia, pues todo todo tiene su mérito, encuentro Vigo muy ruidosa, muy sucia, incluso algo más cara. Santiago es como una maqueta medieval llena de iglesias y una gente acostumbrada al trato con extraños que llegan extenuados, pero Santiago es demasiado turística, más cara y con un aliciente añadido, el de ser ciudad universitaria.

En La Coruña me encuentro más a gusto: ciudad luminosa, abierta, amplísima, muy limpia  -a alguien que venga de la guarrería de Ibiza o de Valencia, La Coruña le impresiona.
A esta ciudad magnífica le tengo la medida tomada para recorrerla andando. Hablo de 10 a 14 km diariamente. Pero son tan amenos y cuidados los trayectos que a duras penas vas notando que te has comido cinco km.



 Un alto en la caminata a la altura de la playa de Orzán, agosto 2010. Observarán que mi compañera fenicia nunca sale en ninguna foto, es debido a que las pocas  señoras que se acercan a mí temen por su reputación y yo las comprendo. Prefieren ir de incógnito, como en los viejos tiempos. 
No es mala filosofía, en todo caso ellas deben pensar que es mucho mejor exhibir un trofeo que una reliquia.





Mi acompañante fenicia aguanta el tirón mejor que yo, aunque bien es cierto que pesa la mitad. Pero tiene su mérito, soporta las caminatas, los cambios de ritmo y sólo al final del día deja salir alguna leve queja, pero mientras caminemos estos recorridos, nos regalamos con una cena moderada.

Conozco ya los sitios más secretos para comer bien y que no te alanceen a la hora de pedir la cuenta. No caemos en los tópicos -bandejas de marisco, ostras con champán, percebes - porque ni nos apetece -de hecho yo como marisco muy aceptable en cualquier parte de España, incluso en mi casa- ni deseamos comernos el mundo en dos días. Estas cosas están bien cuando se viaja en grupos de cuatro, seis o más.

Pero la descripción de algunos platos llenarían de asombro a muchos cocineros de Baleares.
Hay que conocer los sitios, claro, aunque en general se come muy bien por 20 euros cada uno.



Hay que decir que me hospedo en o muy cerca de la calle Joaquín Planells Riera, al lado de la estación de tren. En Galicia hay que usar mucho el tren, son nuevos, confortabilísimos y bien de precio. Todo eso cambiará a peor en unos años, si no me equivoco.
Sin duda este Joaquín es otro fenicio que labró su fortuna (¿militar quizás?) en ultramar, como este inmodesto fenicio que les habla. Por cierto, otro fenicio, Enrique Ramón Fajarnés nació en Santiago de Compostela y a veces me lo cuenta no sin cierto y legítimo orgullo, a unos pocos pasos de la tumba del apóstol Santiago.



Nada más llegar nos paseamos toda la avenida o paseo marítimo, el de las famosas cristaleras (La Coruña es tierra de vientos, eso es uno de sus pocos defectos).
Bordeamos todo el paseo y comenzaremos a dar la vuelta al famoso perimetral coruñés, una delicia para el caminante que a mitad de camina ofrece un regalo luminoso: un faro, el faro de Hércules, o la Torre de Hércules.



La visión aérea nos da una idea de la belleza y de las dimensiones del paseo perimetral que va bordeando las costas de la ciudad, de las playas de Riazor y Orzán y... sigue. Esto es un paseo. Kilómetros sin un sólo coche que moleste.



Reproduzco unas líneas de la Wikipedia:
La Torre de Hércules es una torre y faro situado en la península de la ciudad de La Coruña, en Galicia (España). Su altura total es de 68 m y data del siglo I. Tiene el privilegio de ser el único faro romano y el más antiguo en funcionamiento del mundo. Es el segundo faro en altura de España, por detrás del Faro de Chipiona. El 27 de junio de 2009 fue declarado Patrimonio de la Humanidad[1] por la UNESCO.

Pero la ciudad de La Coruña no se reduce a esto: hemos caminado sólo la mitad o menos del trayecto peatonizado. La gran avenida de Pedro Barrié de la Maza, un prócer gallego, ocupa la interminable fachada a las playas de Orzán y de Riazor. Justo en el extremo está el estadio del Deportivo, a un paso de las aguas atlánticas.


En la imagen de Sergio Díaz puede observarse el majestuoso porte de la playa de Riazor a la derecha de la imagen, al fondo se ve el estadio. El malecón del centro de la playa separa Riazor de la otra playa Orzán.


En esta foto de Paulino Castiñeira Trillo pude verse el impresionante alcance de la caminata. (Pincha para aumentar). Al fondo se ve la Torre de Hércules. Puede hacerse todo esto en vehículo, pero no tiene ninguna gracia. En La Coruña todo el mundo camina, hasta señoras muy elegantes, foráneos, nativos: La Coruña es una ciudad humana. Esta foto está tomada desde el Monte de San Pedro.

El cuerpo ya ha recibido su merecido, un poco macerado pero con la ilusión en el cuerpo. Hay que desandar todo lo caminado. Nos espera una jarra de vino joven de Ribeiro, el turbio y sano vino gallego con unas bandejas de pulpo. Hace diez años probé muchas pulperías, pero quiero que mi fenicia conozca la que consideré mejor. Al ataque.



Uno de los secretos está en el pimentón que ha de ser joven. El resto del manual lo conoce cualquier gallego, pero es difícil acertar, ajustar, matizar. El pulpo es un plato delicioso.


Puedes leer aquí la primera parte de Un ibicenco en Galicia.
Clica en las fotos para verlas mejor.

viernes, 10 de septiembre de 2010

Un fenicio en Galicia



El regreso a Galicia

El fenicio pasó un verano completo en tierras celtas justamente en el año dos mil, un año en que, lo he explicado dos mil veces, todas las mujeres gallegas comenzaron a embarazarse a partir del día uno de enero, dando por resultado una mágica floración de úteros grávidos que deambulaban por La Coruña y por toda Galicia.
En julio habían pasado  siete meses: los vientres abultaban y los rigores del penitente, aliviados por un brebaje compuesto por ron negro y una sustancia conocida por cola, me llevaron a pensar que estaba bajo los efectos de una alucinación.
Cuando comprendí la querencia gallega por las cosas de la magia y por las brumas irracionales que lo impregnan todo me quedó todo claro: las gallegas querían tener un Manolo nacido en el año 2000.

Nada que objetar, me dije y me digo, sólo que hasta que no lo entendí, pasé días intrigado y rezando mientras bebía, pues ya es sabido que no se puede beber mientras se reza, pero sí a la inversa.

Han pasado diez años de aquello.
Abrumado por una oleada de calor que ha durado unos 40 días recupero el viejo proyecto de regresar a Galicia. Dicen de las tierras rocosas galaicas que son muy radiactivas y que eso llama al regreso. No lo sé.
Sólo sé que mi primera peregrinación fue gratificante, dulce y en solitario: tenía que escapar de las redes estériles de Ibiza, un antro telúrico de potentes radiaciones. Pero los fenicios sabemos que ningún humano activo mentalmente -o comercialmente - puede soportar estos sitios en exceso, de ahí que seamos tan viajeros.
Los fenicios no tenemos más remedio que ganar dinero para sufragar nuestros viajes y ello nos ha formado un carácter abierto, ávido de novedades, lo queremos saber todo y más, y en cualquier caso, si no tienes porque has de aprender y si tienes porque has de conservar, siempre te hará falta un cierto nivel de riquezas.
Esto nos ha creado una reputación dudosa, pero también es la envidia. Nos tienen envidia, temen nuestra resolución y es por eso que todos los pueblos vecinos nos han destruido Tiro, porque de la envidia al odio sólo hay un paso. No somos agresivos ni somos tacaños, somos curiosos, repartimos saber y nos gusta vivir bien. Esto no siempre se agradece.



Un vago en Vigo

Galicia me recompuso, me recogí ante el apóstol Santiago, bebí Estrella de Galicia y cuantos acontecimientos se acercaron a mis días me confirmaron mi antigua idea: hay que seguir, camina o revienta, no mires atrás ni para coger impulso. Tu sigue.

Llegué a Vigo y a Vigo vuelvo.
Siguen con el traqueteo interminable de las obras. El puerto y una gran parte de la ría es una auténtica cloaca (ver Galicia y el fin de los tiempos). Vigo es un puerto de gran potencia industrial y pesquera, la ciudad es vitalista, pero no saben definirse una vida gallega, apaisada y civlizada. es uan de las ciudades más ruidosas de España y una de las más salvajes, a pesar de la buena gente que la puebla pero que no sobresale.

Me hubiera encantado besar las arenas de la islas Cíes, tan cristalinas y sutiles a pesar de la dureza de los embates atlánticos... o bañarme en Samil, pero cuando veo en el puerto tanta suciedad, ruidos, polvo de las obras, gente descolgada o colgada, me entran las prisas por llegar a mi añorada La Coruña.

Pero me acompaña esta vez mi particular Dido y ella quiere pasar por la piedra, pedir una docena de ostras y cenar en el Mirador con la vista al puerto. Pues eso. Será un placer.

Por la mañana, antes de salir en tren, la aviso:

-- Tenemos que subir al Castro, cruzaremos el Casco Viejo,  iremos al Consello y abajaremos caminando. Una buena excursión porque es cuesta arriba. Pero el paisaje bien lo paga.

(Aquí puedes leer algo sobre los castros)


 El fenicio exhibe con cierto orgullo  sus cien kilos, subidos minuciosamente a pie hasta lo más alto del Castro de Vigo, ante la estela celta. Nada más bajar recibirá un premio modesto: seis ostras frescas. No se puede perder ni un kilo, al menos por un descuido. La foto es obra de Dido, una mujer fenicia de gran curiosidad viajera.



Trenes y maíz

En diez años han mejorado mucho los trenes y las vías. Da gusto ir en tren en unas vías que van bordeando las rías donde precisamente el río de agua dulce se va uniendo con el mar. El maiz llega hasta las mismas aguas. El sol castiga fuerte en el exterior, pero el vagón está climatizado, Dido se cae de sueño, se recuesta en mi hombro porque no quiere perder nada, pasamos por delante del puente de Rande, uno casi diría que divisa las anguilas en la cabeza del río...
Un buen almuerzo nos ha despedido de Vigo. No perdonamos ninguna comida: estamos de vacaciones y las caminatas interminables han de tener alguna compensación.


Pasamos por Pontevedra, pero en esta ocasión no me interesa parar. Diviso La Peregrina (*) y vamos viendo las rías bajas, todas tan rojas, exuberantes y llenas de vida, pero tan contaminadas.

De Pontevedra a Santiago hay una decena de pueblos o de ciudades que merecerían una visita religiosa-gastronómica, pero esto se hará en otra ocasión con un automóvil. No se puede tener todo, al menos no todo a la vez.

Tampoco nos apeamos en Santiago. Queremos llegar a La Coruña donde nos espera una buena cena
y una buena cama. Estamos exhaustos, pero nos reharemos.

(*) O como dice una web de viajes:

"La Peregrina, una capilla barroca en forma de concha de vieira con fachada convexa que alberga la imagen de la Virgen de la Peregrina, patrona de la ciudad"



Los zarpazos del cansancio




"Hay  que superar los primeros zarpazos del cansancio" me digo ya sentado sobre el césped al pie de las murallas romanas de Lugo. No se pueden hacer más cosas en menos días. Dido resiste como una brava fenicia, nunca se queja, come bien, bebe con moderación y es atenta sin ser empalagosa. Es decir, facilita las cosas al penitente, que arrastra sus cien kilos por toda Galicia sin usar patinetes. No cogimos ni un sólo taxi en 15 días. Y ni una sola ampolla en los pies... el penitente lleva casi toda España pateada, ha conocido muchos dioses y todos auténticos, observa y deambula como un pretor romano castigado en la Lusitania.Pero en el fondo sonríe, porque nos espera un fabuloso yantar en O verruga, con una deliciosa ternera gallega, que es algo serio. Y vino tinto gallego, que ya empieza a ser bueno de verdad.

martes, 7 de septiembre de 2010

Qué difícil es llevar sombrero...



Por Madrid y con sombrero, por Arturo Pérez Reverte

Hace casi veinte años que, a menudo, uso sombrero para vestir. Como decían mi abuelo y mi padre, tiene la ventaja de poder quitártelo cuando entras bajo techo, o delante de las señoras. Recurro a los clásicos de fieltro, azul oscuro, marrón o gris, los días fríos de invierno. Bajo la lluvia los uso de gabardina, y de panamá en verano, cuando el sol pega fuerte. En ciudad siempre con chaqueta, naturalmente. La chaqueta veraniega acabó convirtiéndose en hábito: una especie de disciplina personal. Pocas veces me muevo ya, por lugares civilizados, en mangas de camisa. A todo se acostumbra uno. La única pega es que, cuando estoy comprando películas en El Corte Inglés, me confunden con un dependiente y me piden Los bingueros de Pajares y Esteso. Fuera de eso, lo de la chaqueta es muy llevadero. Algún amigo me pregunta si no estaría más cómodo sin ella. Yo respondo que sí, que lo estaría. Pero no veo por qué diablos necesitaría estar más cómodo. También es cómodo ir en calzoncillos y chanclas por la calle, rascándose los huevos, y no lo hago.

Volviendo al sombrero, el otro día un librero de la cuesta Moyano me dio que pensar. Vestía yo chaqueta azul oscuro, pantalón chino beige, zapatos de ante marrones y panamá, y me interpeló: «¿A dónde vas con sombrero, llamando la atención?». Respondí que estaba dando un paseo, y manifesté mi extrañeza ante el hecho singular de que le llamase la atención un panamá de toda la vida, comprado como cada primavera en La Favorita, mi sombrerería habitual de la Plaza Mayor. Y más cuando él mismo llevaba una gorra de vivos colores de guacamayo con visera de un palmo. «Porque no creo –añadí– que vengas de jugar al béisbol». Seguí camino, pero aquello me dejó pensativo. Continué pensándolo mientras paseaba, mirando alrededor. El verano estaba en todo lo suyo, Madrid hervía de gente, y era buen momento para digerir el comentario. Así que me puse a ello.

Según aquel librero, yo llamaba la atención porque iba en verano con chaqueta y sombrero de panamá. Miré alrededor, intentando confirmarlo. A ver quién más da el cante, me dije. Comprobemos mi calidad de garbanzo negro observando qué otros transeúntes atraen la atención por lo insólito de su aspecto o indumento, prendas de cabeza incluidas. Pero todo parecía normal: el hormiguero urbano circulaba apacible. Nadie parecía sorprenderse de sus semejantes. Yo era quien llamaba la atención, según el capullo en flor del librero; pero el resto de la humanidad se vestía con desconcertante aplomo. Registré unas cuantas muestras al azar: un fulano de ciento veinte kilos, o así, con el que me crucé en la calle Arenal, vestía camiseta de tirantes, bañador de flores y chanclas de goma que le daban aspecto de paquidermo informal. También se cubría con un sombrero parecido al mío; pero todo cristo pasaba cerca sin echarle siquiera una mirada de soslayo –¿En qué he fallado?, pensé inquieto, estudiándolo de arriba abajo–. Algo más allá me crucé con una pareja natural como la vida misma: nadie volvía la cabeza a mirarlos ni se daba con el codo, pese a que el individuo llevaba piercings en la nariz y en las cejas, pantalón corto de camuflaje con bolsillos enormes y un sombrero de jungla de alas anchas muy arrugado, y su legítima –una morsa a la que rebosaban de la camiseta ceñida dos ubres y varias lorzas de sudoroso tocino– lucía sombrero vaquero, botas de pitufo hasta media pierna con treinta y dos grados a la sombra, y llevaba todo el brazo izquierdo tatuado con motivos satánicos. Junto a la plaza de Oriente vi a dos asiáticos con sombreros de eso mismo, o sea, asiáticos: redondos, anchos y de paja, apropiadísimos para recolectar arroz en el delta del Mekong o en cualquier otro delta. Pero ni los miraban. De vuelta, cerca del arco de San Ginés, me crucé con un pavo desnudo de cintura para arriba que iba tocado con un sombrero mejicano de color rojo. Y, pasada la chocolatería, le pisé inadvertidamente el muñón a un mendigo que estaba tirado ocupando toda la acera –me insultó muy suelto, en lengua eslava–, y que llevaba una camiseta de la universidad de Harvard, un cartel con la frase: «Tengo ambre y 5 ijos», y se tocaba con un sombrero negro de ala corta, tipo gánster años 60, como los que lucía Frank Sinatra cuando cantaba A mi manera. Resumiendo: ninguno de ellos llamaba la atención. Vestían como lo más normal del mundo.

Meditando ésa y otras maravillas llegué a la plaza Mayor, donde me encontré con otro amigo que trabaja en el Ayuntamiento. «¿Dónde vas con gorro?», me preguntó. Lo miré cinco segundos en silencio. Luego dije: «Gorro es el que les pusieron a tus abuelos cuando los quemaron en esta misma plaza. Cabrón». Y mientras se quedaba descifrando el asunto, fui al bar Andaluz y pedí una cerveza.

XL Semanal

martes, 31 de agosto de 2010

Otros esperan que resistas, dijo Goytisolo a su hija



PALABRAS PARA JULIA

Tú no puedes volver atrás
porque la vida ya te empuja
como un aullido interminable.
Hija mía es mejor vivir
con la alegría de los hombres
que llorar ante el muro ciego.
Te sentirás acorralada
te sentirás perdida o sola
tal vez querrás no haber nacido.
Yo sé muy bien que te dirán
que la vida no tiene objeto
que es un asunto desgraciado.
Entonces siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti como ahora pienso.
La vida es bella, ya verás
como a pesar de los pesares
tendrás amigos, tendrás amor.
Un hombre solo, una mujer
así tomados, de uno en uno
son como polvo, no son nada.
Pero yo cuando te hablo a ti
cuando te escribo estas palabras
pienso también en otra gente.
Tu destino está en los demás
tu futuro es tu propia vida
tu dignidad es la de todos.
Otros esperan que resistas
que les ayude tu alegría
tu canción entre sus canciones.
Entonces siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti
como ahora pienso.
Nunca te entregues ni te apartes
junto al camino, nunca digas
no puedo más y aquí me quedo.
La vida es bella, tú verás
como a pesar de los pesares
tendrás amor, tendrás amigos.
Por lo demás no hay elección
y este mundo tal como es
será todo tu patrimonio.
Perdóname no sé decirte
nada más pero tú comprende
que yo aún estoy en el camino.
Y siempre siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti como ahora pienso.

José Agustín Goytisolo





La versión de Falete ofrece un nuevo perfil de este curioso cantante

domingo, 22 de agosto de 2010

Vida, de José Hierro



VIDA

A Paula Romero

Después de todo, todo ha sido nada,
a pesar de que un día lo fue todo.
Después de nada, o después de todo
supe que todo no era más que nada.
Grito «¡Todo!», y el eco dice «¡Nada!».
Grito «¡Nada!», y el eco dice «¡Todo!».
Ahora sé que la nada lo era todo,
y todo era ceniza de la nada.
No queda nada de lo que fue nada.
(Era ilusión lo que creía todo
y que, en definitiva, era la nada.)
Qué más da que la nada fuera nada
si más nada será, después de todo,
después de tanto todo para nada.


José Hierro

domingo, 1 de agosto de 2010

"¡Ah de la vida!" de Francisco de Quevedo


Algo tendrá de bueno Facebook cuando Moncho Dicenta nos concita sobre lo absurdo e inexplicable de la vida. Yo aporto la famosa frase de John Lennon, "la vida es todo lo que te ocurre mientras tu haces otros planes" o algo así. Enrique Eskenazi la traduce al inglés,
Life is what happens to you while you're busy making other plans.
y finalmente Estefanía Romero aporta el celebrado soneto, un  lamento quevedesco.
Éste:


¡Ah de la vida!” … ¿Nadie me responde?
¡Aquí de los antaños que he vivido!
La Fortuna mis tiempos ha mordido;
las Horas mi locura las esconde.

¡Que sin poder saber cómo ni adónde,
la salud y la edad se hayan huido!
Falta la vida, asiste lo vivido,
y no hay calamidad que no me ronde.

Ayer se fue; mañana no ha llegado;
hoy se está yendo sin parar un punto;
soy un fue, y un será y un es cansado.
 
En el hoy y mañana y ayer, junto
pañales y mortaja, y he quedado
presentes sucesiones de difunto.

viernes, 30 de julio de 2010

Elegía de un mito diluido, por Miguel Ángel González


Cuando releo los trabajos que publicaron en ´Teoría(s) de Ibiza´, entre otros, intelectuales como Ramón Ayerra, Antonio Colinas, Antonio Escohotado, Félix Julbe, Antoni Marí, Salvador Paniker, Francesc Parcerisas, Edevain Park, Ivan Spence y Miguel Siguán; cuando repaso la historia que Danielle Rozenberg nos dejó en ´Ibiza, una isla para otra vida´; o cuando vuelvo a toparme con las entrevistas que Mariano Planells recoge en sus dos volúmenes de ´La senda de los elefantes´, no puedo sino sorprenderme de lo mal que aprovechamos los activos y las energías que en aquellos años sesenta y setenta acumulamos.
Ibiza y Formentera fueron entonces tierra de promisión y vertedero de sueños hasta el punto de convertirse, internacionalmente, en una Meca artística de primer orden. Aquí tuvimos pintores, fotógrafos, directores de cine, publicistas, filósofos, novelistas, arquitectos, escultores, matemáticos, poetas y una legión de artesanos que tocaban todos los palos. Difícilmente encontraríamos un lugar que haya tenido alguna vez tal concentración de materia creativa por metro cuadrado.

La fama de nuestras islas, en aquel momento, no estaba en las discotecas ni en el reclamo turístico de sol y playa. Estaba en la imagen que Ibiza y Formentera daban de paraísos perdidos, de mundos utópicos, de laboratorios vivos, de microcosmos artísticos y bohemios donde todo parecía posible.
El paisaje y el mundo antiguo permanecían casi intactos y eran compatibles con la admirable hospitalidad y discreción de sus habitantes. Era el mundo del vive y deja vivir. Y fue también el refugio de los hippies de medio mundo.
El problema, visto con la perspectiva que nos dan los años, es que de aquella movida sólo quedan rescoldos que se van apagando. El mito se diluyó, fagocitado por el cambio que introdujo el turismo de masas y que supuso el destrozo del paisaje y la pérdida de identidad. Y aquellos personajes, como aves de paso, tal como habían aparecido, desaparecieron. Al visitar hoy el Museo de Arte Contemporáneo, por ejemplo, uno se da cuenta de las oportunidades que entonces perdimos, de lo que nuestras islas hubieran podido ser, del mal aprovechamiento, en fin, que hicimos de aquel periodo irrepetible. Y lo peor es que no parece que lo sucedido nos haya servido de lección.

Diario de Ibiza